Grinor Rojo (Universidad de Chile). Dirán que está en la gloria...(Mistral). Santiago, Chile. Fondo de Cultura Económica., 1997.

Capítulo I

"... y en país sin nombre"
"País de la ausencia"

Las mejores interpretaciones de la escritura poética mistraliana que se han dado a conocer durante estos últimos años deben sus hallazgos directa o indirectamente a la pirámide invertida que Freud construye cuando teoriza la crisis edípica: el padre, la madre y el hijo, la sagrada familia burguesa (o tal vez más: la sagrada familia occidental. Kristeva retrocede hasta el comienzo judaico para decir que la pareja prolífica que cuenta con la autorización de la Ley es un rasgo definitorio de la experiencia amorosa ya en el Antiguo Testamento) y la que en el contexto específico que a nosotros nos interesa investigar encontraremos constituida por el padre, la madre y la hija. Los dos ángulos superiores de este triángulo invertido portan cada uno de ellos su correspondiente carga sémica; el ángulo inferior refleja en cambio al uno o al otro de esos dos referentes de acuerdo a las presiones que sobre la mujer adulta que se ubica en el vértice ejercen los estímulos de un doble programa de vida. Si esta incertidumbre es común en el proceso de configuración del sujeto mujer, como creyó Freud en 19251, si por el contrario se trata de una tendencia localizable en un espacio y un tiempo precisos, como insinúan quienes se sienten atraídos por las repercusiones histórico-culturales del problema2, o inclusive si nos hallamos ante un fenómeno que resulta válido nada más que en lo que atañe al funcionamiento de la sexualidad femenina en los textos de Mistral, como parece inferirse de lo expuesto por un sector de la crítica nueva3, son todas preguntas que despiertan nuestro interés, pero cuya respuesta dejaremos para el último capítulo de nuestro trabajo. Por ahora nos parece más útil profundizar en las consecuencias que se desprenden del esquema edípico freudiano para los efectos de una descripción preliminar del sujeto lírico cuyas peculiaridades nos hemos propuesto descifrar a lo largo de este estudio. No es que el mismo sea una presa de fácil captura, sin embargo. El síntoma que denuncia su congoja no es el estupor, sino el desgarro; no la parálisis, sino la agonía. Mistral avanza y retrocede, dice y se desdice, y sin que los verbos que van dejando su rastro sobre la página posean la firmeza que hace falta para prolongar su influencia más allá del breve tiempo que a ella le lleva el escribirlos. "La medianoche", un poema hasta cierto punto secundario de Tala, puede servirnos para abrir la discusión:

   
Fina, la medianoche.
Oigo los nudos del rosal:
la savia empuja subiendo a la rosa.
  5
Oigo
 las rayas quemadas del tigre
real: no le dejan dormir.
 


10
Oigo
la estrofa de uno,
y le crece en la noche
como la duna.
 



15
Oigo
a mi madre dormida
con dos alientos.
(Duermo yo en ella,
 de cinco años.)
   
Oigo el Ródano
que baja y que me lleva como un padre
ciego de espuma ciega.
  20

Y después nada oigo
sino que voy cayendo
en los muros de Arlés,
llenos de sol...4

En la duermevela de "La medianoche", que también es la duermevela de "La desvelada", otro poema de importancia para la perspectiva de análisis que nos disponemos a adoptar en esta parte de nuestro trabajo, la Mistral del ejemplo que reproducimos más arriba, como el Darío del segundo "Nocturno" o el Borges de "Insomnio", escucha. Eso que "escucha" es por un lado la discordia entre la madre y el padre, la primera identificada literalmente y el segundo con la ayuda de dos metáforas que les parecerán discontinuas sólo a quienes duden de la ductilidad y proteísmo de la lengua poética -la de un "tigre real", que reproduciendo la condición de la hablante se agita insomne tras sus "rayas quemadas", y la del Ródano, "que baja y me lleva"-, y por otro dibuja la ruta de un proyecto escriturario que, al concebirse a sí mismo mediante las operaciones con que la naturaleza se reinventa en cada ciclo, habilita la emergencia de un discurso profundo en el discurso ostensible haciendo de la gestación de la rosa el paradigma que determina sus desarrollos posteriores. A lo largo de la primera estrofa del poema citado, se nos informa que desde el interior del "rosal" la "savia" empuja a la flor hacia la exterioridad de los "nudos". Un deseo rupturista empieza a abrirse camino desde ese momento, deseo que escapa a su cárcel de denegaciones y que asciende luego hasta alcanzar la superficie de un texto en el que hasta los análisis menos ambiciosos debieran ser capaces de percibir su vocación metalingüística. En la estrofa segunda, ese deseo se transfigura en el "tigre real", al que las rayas quemadas no dejan dormir, y en la tercera lo encontramos reconvertido en la poesía que crece y se disemina por la noche del poeta. Este derroche metafórico se agota en la estrofa cuarta, en el verso que declara "Oigo al Ródano...", etc. En la paranomasia con que concluyen los versos ocho y diez, que juega con la semejanza fonética y la desemejanza semántica entre "de uno" y "duna", mi opinión es que ambos términos obedecen a una dialéctica similar. Reconozcamos en ellos a un par de variantes mínimas pero concebidas de acuerdo a la pauta que al poema que estamos leyendo le dicta el código de la diferencia genérica.

Pero es en la cuarta y quinta estrofas de "La medianoche" donde la madre y el padre se nos muestran dotados de una luminosa y eficaz transparencia: en la grave pasividad de la madre dormida, que recibe a la hablante dentro de sí, y en la energía arrebatadora del padre, quien, al sentir que desaparecen los barrotes de la cárcel represora, derrama su furia sobre la página, transformado en un río "ciego de espuma ciega" que arrastra a la hablante fuera de sí. Ella, la hablante, se queda en la madre, pero es el padre quien se "la lleva" consigo. Por eso se deja conducir en la dirección en que él la arrastra, pero sin dejar de permanecer de alguna manera  en el blando refugio de la entraña mujeril.

Me parece a mí que es a partir de éste triángulo de dos puntas consistentes y una incierta que Gabriela Mistral comienza a dar forma a los elementos que caracterizan su poetizar desgarrado. Referidos la mayor parte de los poemas que lo actualizan sólo a la madre, eso no significa que la sujeto de la enunciación resuelva en/con ellos su conflicto profundo. Hasta podría adelantarse aquí que los poemas maternalistas de Mistral nos ponen en contacto con una magnitud de su alma a la que ella añora y traiciona, a la que invoca y abandona, como si con tales oscilaciones replicara a las señales de una fuente de imposible reflexión.

En el extremo derecho del triángulo edípico, el padre es una fuerza sin rostro. Detengámonos por un momento en los retratos que nos brindan los biógrafos de Gabriela, en el muy respetuoso de Laura Rodig5,en el delicadamente irónico de José Santos González Vera6 en los más bien pintorescos de Mario Bahamonde y Volodia Teitelboim7 o inclusive en algún apunte asaz molesto salido de la pluma de la propia hija8. Ocurre que la existencia de esos retratos no anula el hecho de que don Juan Jerónimo Godoy Villanueva carece en la poesía mistraliana de los atributos que los tratadistas de retórica consideran imprescindibles en un personaje de tres dimensiones. De donde proviene la tesis de más graves consecuencias en el ensayo que Jorge Guzmán dedicó a la poesía de Mistral en los años ochenta o, mejor dicho, ahí es donde su ensayo echa el ancla después de hacer escala en cada una de las "metamorfosis" de una escena a la que ese crítico considera de suprema validez para el conocimiento de la autora y que es una escena que protagoniza "una mujer que deseó y celebra la muerte de su amado"9. Concluye Guzmán con un tono de pocos amigos: "El padre ausente es el centro vacío de estos poemas, como es de la vida de toda mujer latinoamericana. No hay padres, carece el elemento central de la red de significaciones en que consiste nuestra cultura occidental. Pero, al mismo tiempo, todo señala el lugar donde debería encontrarse: la religión cristiana, el arte occidental, el pensamiento, la historia. El padre ha sido sustituido por el Macho, por el Chingón, por el Compadrito, también por el Dictador, por el Rico, por el Latin Lover, todas figuras masculinas incapaces de darle un sentido que vaya más allá de la náusea a una realidad que al castrar a sus hombres robándoles su destino, su identidad, su autorrespeto, su creatividad, condena a la feminidad al heroísmo poético"10.

No quiero demorarme yo ahora en las reservas que a más de alguna de las lectoras de Guzmán podría suscitarále este juicio, en el cual se está dando por sentado que es la falta de una conducción paterna robusta lo que ha impedido que las mujeres de América Latina (y no sólo las mujeres) se completen alguna vez en tanto que mujeres. A mí, el candor crítico de Guzmán me sirve para introducir el problema de los alcances de una ausencia que, si bien es cierto que existe y que es demostrable en un determinado nivel de la práctica poética de Mistral, en otro no se la puede defender en absoluto. Porque no cabe duda de que la poeta chilena accede al legado paterno por medio del acto de escritura. Así es como opta por poner a su padre de nuevo en circulación, produciendo un amplificado reenactment  del paso de Jerónimo Godoy por el mundo. No es que haya en sus poemas una completa "ausencia" del padre, por lo tanto; lo que hay es sólo la ausencia del personaje del padre, el vacío que en el contenido referencial de los textos líricos mistralianos ocasiona el descarte de una criatura de ficción perteneciente al sexo masculino cuya presencia hubiese excusado a la sensibilidad androcéntrica de embarcarse en un diálogo a solas con el otro genérico. Por eso, aun cuando también nosotros echemos de menos en la poesía que aquí nos ocupa los datos que conciernen a Godoy Villanueva, ello no nos autoriza para argumentar que él no dispone en esta poesía de un sitio o para decir que su hija lo menospreció sino que por el contrario nos da pie para sugerir que su gravitación es tan grande que ni siquiera se lo puede nombrar trópicamente, ya que hasta las pocas metáforas que se atreven a hacerlo resultan o muy arcanas o más deslumbrantes y/o nobles que el modesto individuo al que deben su origen. Cualesquiera sean las precauciones eufemísticas que los contenidos del discurso poético de Mistral adopten, sin embargo, puede afirmarse que el solo hecho de que dicho discurso se pronuncie constituye una garantía indesmentible de la eficacia de El Padre.

La madre, en cambio, aunque se halle sólidamente atrincherada en el corazón de la escritura mistraliana, y aunque ahí se le rindan homenajes copiosos, todo eso en media docena de poemas y en un número no menos abundante de textos en prosa, desde los que aparecieron en cuatro periódicos del Norte Chico, entre 1905 y 1910, hasta los que Mistral escribe en las décadas del cuarenta y del cincuenta11,en definitiva permanece prisionera de una lógica que muchas veces es condescendiente hasta bordear el desacato, como ocurre en ciertos poemas de la última época (conspicuamente en "Al mar", de Lagar II, donde el elogio que la poeta hace del océano, "padre y cantador que me regaló infancias", se entreteje con una repulsa simultánea de la tierra, la "nodriza primera": "... Bostezo sobre la que era viva / y alimentaba hijos con el pan y las palabras, / y con el Padrenuestro, y el Gloria y el Excelsior", es lo que la Mistral deja escrito en ese texto blasfemo, 97). Guzmán da en el blanco otra vez al ocuparse de este asunto, si bien sus proposiciones resuenan ahora menos ásperas que en la circunstancia anterior. En cualquier caso, en "La fuga" (377-379), el poema que abre Tala, se recordará que la madre se transfigura en "agua de cien ojos", en "paisaje de mil brazos" y además -y no sólo por su muerte, como podría pensarse- en "cuerpo sordo". El siguiente es el texto de esa pieza, una de las mayores de Mistral y que debo citar in extenso:

 
5

Madre mía, en el sueño
ando por paisajes cardenosos:
un monte negro que se contornea
siempre, para alcanzar el otro monte;
y en el que sigue estás tú vagamente,
pero siempre hay otro monte redondo
que circundar, para pagar el paso
al monte de tu gozo y de mi gozo.

  10




15
Mas, a trechos tú misma vas haciendo
 el camino de juegos y de expolios.
Vamos las dos sintiéndonos, sabiéndonos,
mas no podemos vernos en los ojos,
y no podemos trocarnos palabra,
cual la Eurídice y el Orfeo solos,
 las dos cumpliendo un voto o un castigo,
ambas con pies y con acento rotos.
  20

Pero a veces no vas al lado mío:
te llevo en mí, en un peso angustioso
y amoroso a la vez, como pobre hijo
 galeoto a su padre galeoto,
y hay que enhebrar los cerros repetidos,
sin decir el secreto doloroso:
que yo te llevo hurtada a dioses crueles
y que vamos a un Dios que es de nosotros.
 

25




30




35

 Y otras veces ni estás cerro adelante,
ni vas conmigo, ni vas en mi soplo:
te has disuelto con niebla en las montañas
te has cedido al paisaje cardenoso.
Y me das unas voces de sarcasmo
desde tres puntos, y en dolor me rompo,
porque mi cuerpo es uno, el que me diste,
y tú eres un agua de cien ojos,
y eres un paisaje de mil brazos,
nunca más lo que son los amorosos:
 un pecho vivo sobre un pecho vivo,
nudo de bronce ablandado en sollozo.
 
40
Y nunca estamos, nunca nos quedamos,
como dicen que quedan los gloriosos,
delante de su Dios, en dos anillos
 de luz o en dos medallones absortos,
ensartados en un rayo de gloria
o acostados en un cauce de oro.
  45




50
O te busco, y no sabes que te busco,
o vas conmigo, y no te veo el rostro;
 o vas en mí por terrible convenio,
sin responderme con tu cuerpo sordo,
siempre por el rosario de los cerros,
que cobran sangre para entregar gozo,
y hacen danzar en torno a cada uno,
¡hasta el momento de la sien ardiendo,
del cascabel de la antigua demencia
y de la trampa en el vórtice rojo!

No he citado este poema en su totalidad con el fin de proceder a un análisis exhaustivo del mismo, empresa que de intentarse requeriría más espacio del que me he concedido para completar el presente capítulo. La larga cita que he hecho recién se justifica porque "La fuga" es uno de los textos de Mistral que mejor definen su relación con la madre: sus dudas, sus culpas, sus aflicciones y querellas. Obsérvese desde luego que la poeta elabora en estas líneas su vínculo con el principio materno a lo largo de una persecución onírica, en un espacio que libera la cuota de energía libidinal que ella guarda en su inconsciente, estrategia en la que incurre en por lo menos seis poemas más del volumen de 1938 y dándoles así razón a todos aquellos críticos que conectan esta época intermedia de su carrera con las soluciones retóricas que son típicas del arte de vanguardia, en particular de las obras del surrealismo. Por ejemplo, Julio Saavedra Molina, quien leyó y comentó Tala  cuando aún ese estilo podía ser causa de asombro, opina que en el tercer libro de Gabriela Mistral se dan cita "dos tinieblas" y que ellas son "el simbolismo teosófico en cuanto al fondo, y el simbolismo ultraomodernista [tradúzcase vanguardista], con metáforas y muletillas despampanantes, en cuanto a la forma". A lo que agrega meditabundo: "Quizá en esto haya tenido que ver la guerra. Quizá también la oscuridad. ¿Qué puede decir un lector reflexivo, un crítico, de lo que no entiende?"12.

Con todo, a pesar de estas perplejidades de Saavedra Molina, si nosotros nos aproximamos un poco menos medrosamente que él a las seis estrofas que componen "La fuga", estrofas ambientadas en un espacio onírico confeso y pasibles por lo tanto del prurito distorsionador que la contrapulsión represiva suele imprimir de ordinario en este tipo de escritura, comprobaremos que el decorado sigue allí siendo el de la niñez de Mistral, montañas, cerros, nieblas, espinos, colores cárdenos y agua limpia y fresca, aunque también se superponga sobre ese decorado la panorámica del "mundo" -un vocablo en el que a mi modo de ver la poeta combina una de las expresiones favoritas del espiritualismo joánico con la jerga diltheyana que por culpa de Ortega hizo estragos en nuestros países durante los años veinte, treinta y cuarenta-. El caso es que el tránsito por la vida, al que Mistral había calificado en "los sonetos de la Muerte" como un "largo cansancio", lo realizan en "La fuga" ella y la madre durante el transcurso de una carrera a la que el verso décimo del poema caracteriza como "de juegos y de expolios" y cuyo telón de fondo lo constituye "el rosario de los cerros", ésos "que cobran sangre para entregar gozo". Madre e hija, protagonistas ambas de una historia de episodios circulares, y el paisaje "cardenoso" (la rima entre "gozo" y "cardenoso" no es un mero capricho sonoro: "a veces ... te has cedido al paisaje cardenoso", es el reproche que oímos levantarse desde el verso veintiocho), son pues los antifaces detrás de los cuales en este poema se ocultan los rostros de los/as participantes en el drama edipiano.

Más significativo aún me parece que el enlace entre las dos mujeres que protagonizan la historia que cuenta "La fuga" sea tan genuino e intenso como imposible de fijar: es atisbo y búsqueda en la primera estrofa, es escape sin palabras en la segunda, es "peso angustioso y amoroso" en la tercera y es disolución "en la niebla de las montañas" en la cuarta. Nunca compartiendo con su hija la búsqueda de un Dios que les pertenezca a ellas tan sólo, yo no creo que sea un desatino sugerir la hipótesis de que la figura materna debe su irreductibilidad en "La fuga" no tanto al eclipse del personaje histórico que le sirve de base, acontecimiento que tiene lugar en 1929 y a cuya ocurrencia apelan aun las mejores interpretaciones que nosotros conocemos del poema13, como a las angustias de la hija que adivina en la ingravidez de los pasos que van delante suyo un trozo huidizo de su propia persona.

De lo que se desprende que ese paradigma materno intangible, como no sea por el siempre frustrante montaje de la pantomima femenil, es el único antídoto de que dispone Mistral frente al desasosiego que irrumpe en y se apodera de las últimas líneas del texto. Dicho desasosiego, que la otra gran poeta de Hispanoamérica, Sor Juana Inés de la Cruz, también conoció y bautizó como su "negra inclinación"14, acabará manifestándose en "La fuga" en el llamado de la "danza", la que patrocinan los cerros y se expresa en "la sien ardiendo", en "la antigua demencia" y en "el vórtice rojo", así como también en la "trampa" que brilla en su fondo. De una regularidad demostrable en las obras de los clásicos de la literatura moderna, mi impresión es que esta máquina retórica, que es la misma que Mistral retoma en "La sombra" (432-434), en la que reincide luego en "Poeta" (562-564), ambos textos de Tala, y que despliega minuciosamente en "La bailarina" (601-603), el cuarto poema de Lagar, exhibe ya en "La fuga" sus componentes principales. La metáfora imaginista del "vórtice"15 nos va a remitir casi sin transiciones en la producción lírica mistraliana a la figura del "vértigo" y ésta a la de la "danza alucinada" que para la poeta constituye el tropo por excelencia del delirio poético16. Fusión de fiebre y poesía, que, como ocurre en "Todas íbamos a ser reinas" (520-523), donde "en las lunas de la locura" a la niña Lucila le fue adjudicado su "reino de verdad" (para no hablar de la posterior "desvariadora" y sus "desvaríos" o aun, por asimilación solidaria, del vasto elenco de las "locas mujeres"), ilumina el sendero que conduce hacia una liberación cuyo logro no excluye el cilicio del remordimiento. Los caminos del "mundo", el vértigo de la danza, la soledad y la escritura que se ejecuta merced a la dépense de la sangre configuran al fin, y no sólo en el poema que aquí comentamos, el precio que se paga por una opción de alteridad que depende de, que le es usurpada al segundo término de la pareja primaria, ese que rara vez se nombra como tal y sí, con mucha frecuencia, desplazado en un haz de esquivas metáforas.

Nos llama igualmente la atención que la madre sea en "La fuga" un "peso angustioso y amoroso" que la hablante lleva consigo: "vas en mí por terrible convenio, / sin responderme con tu cuerpo sordo", es lo que confiesan en cuanto a esto los versos cuarenta y cinco y cuarenta y seis del poema. Invirtiendo la imagen de "La medianoche", yo me atrevo a sostener que ese "peso" o "cuerpo sordo" con el que Mistral no puede ya comunicarse, pero de cuyo "terrible convenio" tampoco consigue evadirse, es tanto el de una culpa, la del abandono que ella ha hecho de la madre o de cuanto la madre involucra, como el de una "ternura", la de una cercanía a la que ella se sabe incapaz de renunciar. Resulta así que al orientar Gabriela Mistral su discurso hacia el ángulo que en su subjetividad ocupa la madre lo hace anticipando aquello que Cixous, Irigaray y Kristeva discurrirían muchos años después como el presupuesto deficitario que la cultura de Occidente le asigna a la mujer y cuyas consecuencias las constituyen para esas estudiosas la pasividad, el no ser la mujer el sujeto de la representación y su ser la verdad no hablada de lo hablado simbólico. Es más: en una fallida tentativa para dignificar el defecto, y yo creo que no sin conciencia del mismo, cuando en los textos de la poeta chilena la impronta materna presiona con más fuerza, como en su poesía infantil -aunque lo cierto es que tendremos que leer esa poesía de nuevo aliviándola del fardo de rousseaunianismo que se descargó sobre ella en el aún vigente pasado-, lo que esos textos hacen es magnificar El Papel de La Madre en la más convencional de sus versiones.

Por cierto, esta magnificación de La Madre es una de las maniobras más confusa y ferozmente debatidas por el discurso feminista contemporáneo, sobre todo después del polémico libro de Adrienne Rich17. En lo que concierne a nuestra propia investigación, aun cuando estemos de acuerdo en que, en vista de los evidentes progresos realizados por la crítica mistraliana del último decenio, no cabe ya una caracterización del maternalismo gabrielesco con la ñoñez sensiblera de la lectura canónica, tampoco creemos que sea procedente desestimarlo sin más. Porque es bien sabido que en el enfrentamiento de la mujer con el régimen androcéntrico el recurso maternalista no sólo ha ofrecido y continúa ofreciendo una plataforma óptima para el escrutinio de la diferencia sino que es muy posible que él sea también el locus de una superación a futuro de sus limitaciones18. Con el acomodo de La Madre en el origen -en el origen individual, como hace el psicoanálisis, o en el social, como preconizan la antropología y la arqueología matriarcales de Bachofen y Briffault a Jones y Gimbutas-, es claro que al pensamiento feminista le resulta factible poner en tela de juicio la posterior primacía de El Padre lo mismo que la latitud y los límites de su gravitación. Quienes introduzcan esta perspectiva teórica y metodológica en el dominio de sus indagaciones textuales terminarán oponiendo, a la obediencia exigida por el vínculo edípico y patrilineal, el derecho más antiguo que proviene del nexo preedípico y matrilineal19.     

Existe, sin embargo, una brecha importante entre la fácil revaloración que con tales premisas se emprende del nexo entre la hija y la madre y la política liberacionista que con las mismas se busca apoyar. Así como la inclusión del proletariado en el personal de una novela no constituye prueba de su socialismo, admitamos desde ya que el empleo de la metáfora materna en el discurso contestatario genéricamente no basta para garantizar su feminismo. No sólo eso, sino que al apoyarse en la nostalgia de La Madre como un dechado de ab-negación, esto es, como un modelo de negación de sí misma, esa política se confiesa desde la partida dispuesta a sugerirle a la hija que la mejor solución para su descontento consiste en la conformidad. Es ésta, digámoslo de una vez, una maniobra feminista pero corroída por el morbo de una epistemología de connivencia patriarcal. De ahí la acrimonia con que se expresa Rich, así como también la saludable dureza de Juliet Mitchell, quien escribió hace ya varios años que es precisamente "la mujer histérica, la que repudia la nada de su femineidad, la que se apoya en la madre que todo lo tiene"20. Este es el filo malo de una espada a cuyas notorias calamidades Mistral (y no sólo Mistral: de Woolf a Irigaray y Cixous hay toda una familia feminista cuyas integrantes escogen periódicamente el atajo materno) no siempre se pudo o se supo sustraer.

Podemos presionar ahora un poco más nuestra primera hipótesis de trabajo e instalarla en un marco de comprensión lacaniano y nos daremos cuenta entonces de que la figura materialmente ausente pero metafórica y escrituralmente presente que es el padre de Mistral involucra el conocimiento, la distancia y el deseo del (con respecto al) universo simbólico o de "lo simbólico" que él representa y cuyo prestigio a mí se me ocurre que ha de haberlo adquirido la poeta al ser testigo del pasmo que en la esposa campesina provocaban las proezas discursivas del marido letrado. El pensamiento de Lacan axiomatiza, como bien sabemos, una hipóstasis entre la efectividad de ese universo paterno y la acción de La Palabra y a ello se debe el reemplazo que promueve el gurú de los Écrits  de la imagen original masculina por "El-Nombre-del-Padre". Padre y Palabra se funden, en su relectura de Freud y con el respaldo de las incrustaciones saussureanas y jakobsonianas que diferencian a este planteo del discurso tradicional del psicoanálisis, en una sola entidad: "La experiencia psicoanalítica ha reencontrado en el hombre el imperativo del verbo como la ley que lo forma a su imagen. Ella manipula la función poética del lenguaje para darle a su deseo la mediación simbólica [...] en el don de la palabra reside toda la realidad de sus efectos; es a través de ese don que el hombre tiene acceso a la realidad y gracias a él es que se mantiene en contacto con ella"21

El énfasis que puso Freud en la intervención masculina sobre el proceso formativo de las subjetividades del niño y la niña  se transforma por consiguiente, apenas nos acomodamos en la pieza oscura en la que Lacan acostumbra dictar sus lecciones, en un esqueleto lingüístico: "El-Nombre-del-Padre". Por de contado se da que la firma que ese Padre estampa sobre el hijo y la hija importa la dotación que El les hace a uno y a otra de sus correspondientes armaduras simbólicas y de las que ellos no podrán ni querrán desprenderse si es que han de sobrevivir y actuar más tarde en el espacio de El Otro. Puesto el mismo razonamiento en los términos con que Fredric Jameson absuelve a Lacan de las acusaciones de revisionismo antiedípico, el reciclaje freudiano al que ahora estamos aludiendo funcionaría de la siguiente manera: "el complejo de Edipo es transliterado por Lacan en un fenómeno lingúístico, que según él es el descubrimiento por parte del sujeto del Nombre-del-Padre y que consiste en la transformación de una relación imaginaria con esa imago  particular que es el padre físico en una nueva y amenazante abstracción del papel paterno en términos de poseedor de la madre y el lugar de la Ley"22.

Sin embargo, Lacan nos recuerda también que, en cuanto mediador que les permite al hijo y a la hija participar en esa suerte de contrato social forzoso que es para el género humano la apropiación simbólica del mundo, menos que sustituir o llenar una ausencia, el Padre Parlante la disimula. Es decir que el dueño lacaniano de la palabra es, también él, como en un sentido previo lo fuera la madre, sólo un nombre con el que se designa el lugar de una pérdida. Es un ser que está y no está o, puesto ello en el lenguaje del Cours tanto como en el de sus reivindicaciones estructuralistas y postestructuralistas posteriores, es un significado inatrapable toda vez que carece de una correspondencia exclusiva dentro del universo de las formas concretas cuyos mensajes transformará por eso mismo en una fiesta de significantes. Frívolos, con la frivolidad del que apenas cumple una función sucedánea, los significantes a los que aquí nos referimos son el único contacto con El Padre del que a los miembros de la especie nos es dable disfrutar. Imbuir su endeblez con alguna fijeza nos obliga a conjurarlos y a reproducirlos, lo que en numerosos tramos de su carrera poética Gabriela Mistral emprende y logra, pero no sin darse cuenta de que con esos actos de soberanía genérica subvierte las fronteras simbólicas entre las cuales ella juzga que se sitúa y debe situarse su signo sexual. Cuando las condiciones se lo permiten, Mistral se torna por ende en una simuladora culpable tanto de la autoridad masculina como del saber libresco, tanto del cultivo del verso como de la propensión errabunda. ¿Puedo añadir ahora que todos los hombres que frecuentará durante su vida serán también raudos cometas cuyas performaces  genéricas ella reproduce, mejora y cancela? Un apunte de Soledad Bianchi, en su artículo sobre las cartas de amor, descubre una veta fructífera para la elucidación del asunto. Arguye Bianchi que si es cierto que Mistral tiende en sus epístolas eróticas a un "apocamiento extremo de las cualidades propias" y a la "grandiosa exaltación de los méritos" del hombre que ama, es igualmente cierto, es paradojalmente cierto, diríamos, que también le hace falta "el obligado sacrificio de, por lo menos, uno de sus enamorados"23. Considerando que en esas mismas cartas la poeta le ruega a Dios para que El le dé la posibilidad de amar el "apacible Magallanes" con un amor que para ser el que es "saca su sustento de sí mismo, aunque sea devorándose" y que por ende no necesita de un  destinatario preciso24, parecería que más de algo de sus lecturas romántico-agónicas se hubiese estancado en el pozo de su sensibilidad, restos de los Vargas Vila, de los D'Annunzio y los Nervo de su juventud, y que por consiguiente el sacrificio fálico del que habla Bianchi fuese no el de uno sino el de todos los hombres que, a despecho de la leyenda de su primer y su único amor, del que presuntamente le dispensó a Romelio Ureta hacia 1906 ó 1907, jamás dejaron de atravesarse por su vida.

Este sacrificio fálico prepara el advenimiento en la poesía mistraliana de intuiciones de larga y tortuosa duración cuyo común denominador lo constituye la sospecha de que la existencia de la amada depende de y se nutre con los "despojos" del amado. No habiéndosele dado hasta ahora la importancia que tiene a la investigación de los instrumentos retóricos con que trabaja la poeta en formación que Mistral es todavía hasta mediados de la década del veinte, nosotros hemos querido poner este asunto en el centro mismo de nuestra pesquisa. Nos interesa así sobremanera una de las fórmulas que más a menudo se repiten en su quehacer escriturario de entonces y después, fórmula a la que Jaime Concha denomina como de su "macabrismo" y que según postula este crítico estaría intertextualmente asociada a una de las grandes líneas poéticas de la modernidad, aquélla que "se complace en imaginar la disolución material del cuerpo del amado o de la amada" y en la que "el cadáver, el ataúd y la tumba son los centros de atracción imaginaria"25. Gabriela Mistral, que ha dado albergue a esta conjetura siniestra a los quince o los dieciséis años de edad ("No hay nada más extraño i triste que ese amor paradójico que hai en el alma por todo lo muerto o ido", escribe en su "Carta íntima" de 190526), y sin duda que por la vía bastante común para la época de una exasperación decadente del amor mortis  romántico -y estoy pensando en Poe y en sus seguidores sureños, tales como Silva, Nervo, los varios otros que Concha enumera y algunos más-, empieza bajo su influjo a apartarse del código de la femineidad tradicional.

Para estudiar nosotros la diferencia que la poeta chilena introduce de esta manera en el estatuto genérico latinoamericano de hace ya casi un siglo, principalmente en los acápites que ese estatuto reserva para los tratos de la mujer que ama con el hombre amado, nada podría ser más promisorio que cotejar sus presupuestos con el modelo del erotismo femenino burgués de cuyo desmantelamiento se encarga Simone de Beauvoir. Es obvio que ese modelo, que demanda de parte de la mujer una con/cesión sin restricciones de su persona en el contrato amoroso, tampoco pudo ser adoptado por Mistral pues discrepaba a todas luces con un fondo de autoafirmación narcisista que sin duda era muy suyo, cuyas consecuencias no le eran desconocidas en lo más mínimo y del que se lamentó muchas veces ("Caridad no más ancha que rosa / me ha costado jadeo que ves", es lo que al respecto señala en el "Nocturno de la derrota", 385-388, o, en una de sus primeras cartas a Magallanes, "Yo nací mala, dura de carácter, egoísta enormemente..."27), pero que es un fondo narcisista del que pese a todo no abjuró nunca por completo por cuanto también lo sabía unido al destino de creación y grandeza que ambicionaba para sí. En el capítulo segundo de la tercera parte de El segundo sexo, el titulado "La enamorada", se recordará que de Beauvoir explica que "una criatura inesencial es incapaz de sentir el absoluto en el corazón de su subjetividad; un ser condenado a la inmanencia no puede autorrealizarse a través de los actos. Encerrada en la esfera de lo relativo, destinada al hombre desde la niñez, habituada a verlo como un ser superior con el que ella no puede igualarse, la mujer que no ha reprimido su aspiración a la humanidad soñará con trascenderse en uno de esos seres superiores, con amalgamarse en el sujeto soberano"28. Esto, esta renuncia a "autorrealizarse" a través de un repertorio de actos propios, acompañada por la amenaza de la disolución de su ser "inmanente" en el ser "trascendente" de El Otro, es lo que el narcisismo de Mistral no (se) podía permitir. Repulsión que nos resulta más comprensible todavía cuando reparamos en que no sólo es ese narcisismo el que a los seres humanos nos permite dar los primeros pasos en la constitución de lo propio (narcisismo primario), sino que también es el que posibilita que lo propio así constituido adquiera después la potencia que hace falta para ser mucho más (narcisismo secundario). Puesto en el lenguaje de Freud, "la autoestima tiene una dependencia especialmente íntima respecto del narcisismo" y "la catexis-objeto libidinal no aumenta la autoestima. El efecto de dependencia con respecto al objeto amado es la disminución del sentimiento de autoestima: la persona enamorada es humilde". Gabriela Mistral, por el contrario, y su autoacusación la repitió no hace mucho el mejor de sus biógrafos, "no ha sido nunca humilde"29. Entonces, ¿qué?

No un rechazo total del programa estereotípico, ni qué decirse tiene. Por eso, algunas lecturas de esta última hora que en el mejor de los casos transforman a Gabriela Mistral en una protofeminista y en el peor la convierten en una rebelde que engaña a sus desprevenidos lectores con las maquinaciones de una Lady Macbeth del subdesarrollo se nos antojan no menos ingenuas que sus enemigas, las que se desviven por demostrar una fidelidad sin fisuras para con la ortodoxia de El Padre. En la primera de estas trincheras instala su más bien gruesa artillería Elizabeth Rosa Horan, para quien la escritora chilena "explota la reconocibilidad de frases al parecer inofensivas, anodinas, derivadas del lenguaje común de la piedad y la domesticidad, y acomoda estas frases en una lengua-código que debiera serles familiar a las mujeres ilustradas más allá de fronteras nacionales y de clases sociales [...] el mecenazgo estatal y la retórica de la piedad religiosa", sigue diciendo Horan, "vienen a ser una maniobra protectora que ella abandona cuando le parece apropiado"30.

Pero el que interpretaciones como ésta adolezcan de un entusiasmo sin matices para con el desde otro punto de vista muy defendible transgresivismo genérico de nuestra poeta no tiene por qué lanzarnos a nosotros en pos de la punta contraria del espectro crítico. Porque, aun cuando sea verdad que con su concepción de la pareja Mistral se aparta del libreto femenino ortodoxo, no es menos verdad que el libreto alternativo que ella estrena no llega a erigirse en una antítesis revolucionaria del que lo precede sino en su modificación. Esto significa que, por lo menos en el plano de las actualizaciones de su escritura consciente (porque otra cosa muy distinta es lo que va a ocurrir cuando su poesía sobrepase tales límites sin su consentimiento y aun en contra de él ), no se trataba para Mistral de cancelar una determinada perspectiva de amor y de vida sino antes bien de replantearla por medio de una solución de compromiso y en la que llegado el momento nosotros reconoceremos una ideología genérica en tránsito a la que es ella misma quien coloca entre los extremos de la "mujer antigua" y la "mujer nueva"31. Esta ideología, que es más compleja de lo que parece a simple vista y que además debe ponerse en relación con las condiciones que desde prácticas diversas articulan el panorama de los sexos a lo largo de un período muy preciso en la historia de América Latina, no ha sido cartografiada con la paciencia y pericia que serían deseables. En este sentido, las proposiciones generales que para una reevaluación de la historia cultural y literaria del continente nosotros dimos a conocer en "Práctica de la literatura, historia de la literatura y modernidad literaria en América Latina", un ensayo que se publicó en 198932, más la distinción entre sexo y género, cuyos antecedentes están en de Beauvoir y más atrás en Freud, pero que desde mediados de los años ochenta es redescubierta por la fauna académica primermundista (no obstante los ataques que simultáneamente posibilita la Historia de la sexualidad  de Foucault), serán instrumentos dignos de atención al enfrentar esa tarea.

Por igual motivo, suscribimos la convocatoria que ha hecho Kemy Oyarzún para que en países neocolonizados como los de América Latina la subyugación de la mujer se estudie "en términos de relaciones globales de poder que incluyan el dominio y la superexplotación de los recursos humanos, simbólicos, económicos y sociales de amplios sectores nacionales, raciales y étnicos". A menos de que se respete el juego dialéctico entre la especificidad de lo femenino, de un lado, y la efectividad de sus relaciones con los demás sectores de población subalterna, del otro, continúa Oyarzún, "se corre el riesgo de caer en el esencialismo de lo femenino (privilegio del enfoque ontológico) o en la dispersión del objeto de estudio en categorías que, por importantes que sean, no pueden ni deben subsumir la esfera específica de lo genérico-sexual (privilegio del enfoque exclusivamente etnicista o de clase)"33

En todo caso, aun si se lograra comprobar que la solución que Gabriela Mistral le encuentra al problema histórico de las mujeres latinoamericanas de fines del siglo pasado o de principios del nuestro coincide con una de las construcciones de lo femenino por parte de la cultura metropolitana del mismo período, ella tendrá que corresponder al arreglo circunstancial y perecedero de la "mujer rara" (la"odd woman" ). Esta, que ya ha dejado de ser la mujer cómplice del status quo  falocrático, tampoco le presta un apoyo irrestricto a las actuaciones revolucionarias o nada más que reivindicativas de la "mujer nueva", según aclara Elaine Showalter en el libro que esa estudiosa dedica al deslinde de los modelos sexuales que se encontraban en vigencia en la cultura europea y norteamericana finisecular34. En cuanto a la historia de las mujeres de nuestro propio continente, aun cuando una actitud de recambio con características que se aproximan a las que describe Showalter pueda ser documentable durante ese mismo período, su aplicabilidad hay que asumirla con cierta cautela. En otras palabras, es necesario que se puntualicen con más exactitud las regiones (contemporáneamente, no es idéntica la situación que al respecto se vive en las naciones del Cono Sur a la que observamos en México o en los países centroamericanos, por ejemplo) y las localizaciones étnicas y de clase (y en el bien entendido de que la marca étnica no es en América Latina divorciable con nitidez de las determinaciones de clase), tanto como las diversas estratagemas niveladoras que las mujeres a las que nos estamos refiriendo van a utilizar en su praxis cotidiana, entre las cuales una, menos exótica de lo que puede parecerle al lector común y en la que nuestra poeta va a insuflar la dignidad del mejor arte, es la que consiste en retener la dinámica del comportamiento amoroso "femenino" pero poniendo entre paréntesis al usufructuario real.

Gabriela Mistral amará así "entregándolo todo", según se lo exigen las estipulaciones presuntamente eternas de su manual del amor, pero amará a un hombre ausente, esto es, a un hombre cuya existencia ausente (que no es lo mismo que decir su inexistencia) le garantiza tanto el más delectable alimento para su hambre amorosa como (y por lo mismo) la inviolavilidad de su ser35. Apoyándose en esta contradictoria orientación de su líbido, el potencial creador de la poeta debe interpretarse como una aptitud que depende de y que marcha a la zaga de la circunstancia principal y fundadora. Como sabemos, la historia que narran "Los sonetos de la Muerte", 81-83, moviliza un complejo de significaciones que se ajusta al modelo que acabamos de delimitar de una manera muy concreta, mostrándonos a una mujer que le confiesa su amor a un difunto, el que a causa de eso acaba siendo un vocablo conjurable sólo en el tiempo y espacio en el que el discurso femenino se formula, lo que la sujeto que controla dicho discurso aprovecha para concebir su relato de acuerdo a una serie de supuestos intertextuales que, no obstante las calenturientas especulaciones de dos docenas de críticos, dan al traste con lo poco o mucho que hasta nuestros días se ha filtrado respecto de la saga biográfica.

Ahora bien, Rosalind Coward, que estudia en el contexto de la literatura de masas de o para mujeres el tema de las transferencias de poder desde el campo masculino al femenino, aisla un recurso análogo al que nosotros estamos tratando de percibir en la obra poética de Gabriela Mistral en aquellas novelas en las que a los hombres se los muestra "vulnerables y dependientes... como niños". "Hacer que el héroe sea un hombre dependiente o herido", explica Coward, es "un tema común en la ficción y en las películas que tienen como protagonistas a mujeres que se sienten atraídas por inválidos o cuyas fantasías consisten en cuidar a los hombres durante sus enfermedades"36. Es evidente que las novelas y películas populares a las que Coward alude en esta cita procuran solucionar el problema de la distribución desigual del poder genérico recurriendo a un ardid que no desperdicia su tiempo en sutilezas y el que, si desde un cierto punto de vista trata de halagar las aspiraciones liberacionistas del público femenino que compra tales libros, desde otro no pretende atentar en modo alguno contra las normas de lo consabido. Ante la flagrante evidencia del desequilibrio, y dada la imposibilidad de llamar a una actuación revolucionaria y a un cambio, lo que en el contexto de la cultura de masas constituye una contradictio in adjecto, se ha optado en esas obras por confiarle a la justicia poética la capacidad para enderezar el entuerto. La desconstrucción de la oposición genérica que en ellas se realiza dependerá al fin y al cabo de la minusvalidez física (y pasajera, por supuesto) del extremo normativamente más fuerte entre los dos que constituyen la pareja. Recordemos ahora que Mistral se dirigía en sus misivas a Manuel Magallanes Moure como si éste fuera un niño travieso y débil, al que ella debía proteger y aun castigar, y que tampoco falta el artículo en que se duele de la "pena" de sus ojos juveniles "gastados en periódicos, revistas y folletines sin hueso ni médula"37. Uniendo un dato con otro, creo que el acercamiento que ahora propongo entre la poesía mistraliana y las cándidas artimañas de la baja cultura o cultura de masas no puede desatenderse sin incurrir en pecado de omisión.

Por último, también se corresponde la conducta erótica mistraliana con una de las "figuras" que distingue Roland Barthes en sus Fragmentos de un discurso amoroso. Me refiero a la figura "de la anulación", la que, según afirma Barthes, nos presenta una "escena de lenguaje" en la que el sujeto que ama desconstruye la imago del/la amado/a con una pericia homicida y pleonástica que es proporcional directamente a su magnificación del amor mismo. "Basta que en un relámpago vea al otro bajo la especie de un objeto inerte, como disecado, para que yo traslade mi deseo, de este objeto anulado, a mi deseo mismo; es mi deseo lo que deseo, y el ser amado no es más que su agente [...] me tranquilizo al desear lo que, estando ausente, no puede ya herirme. Sin embargo, al mismo tiempo, sufro al ver al otro (que amo) así disminuido, reducido, y como excluido del sentimiento que ha suscitado. Me siento culpable y me reprocho por abandonarlo. Se opera un brusco viraje: trato de desanularlo"38

Partiendo de este inquietante retrato barthesiano, poco cuesta concluir que es el no-estar-estando de la persona amada lo que autoriza y promueve el acceso de la persona que ama al lenguaje y la poesía cuando los diversos factores que ahí se especifican confluyen durante el proceso del intercambio amoroso. El maestro francés pone a nuestro alcance una perspectiva de análisis aún más seductora no bien observa que en la mencionada figura de la anulación, "por una decisión graciosa" del sujeto amante, "un objeto grotesco es ubicado en el centro de la escena, y allí es adorado, idolatrado, increpado  [el énfasis lo pone Barthes], cubierto de discursos, de oraciones (y tal vez, en secreto, de invectivas); se diría una gran paloma, inmóvil, encogida bajo sus plumas, en torno de la cual gira un macho un poco loco"39. Estas precisiones del autor de los Fragmentos  a nosotros nos dotan de una sensibilidad más despierta cuando nos proponemos describir el circuito comunicativo tal y como él se despliega en los poemas de la segunda parte de Desolación, en particular el circuito comunicativo de "Los sonetos de la Muerte", según se indicó más arriba, así como también, aunque ahora con un margen de eficacia no tan espléndido, al enfrentarnos con este mismo asunto en los poemas que constituyen las dos series de "Locas mujeres", en Lagar  y Lagar II.  Razonablemente idónea se muestra por otra parte la figura barthesiana de la "anulación" cuando mudamos el foco de nuestro interés hacia la lírica religiosa de Gabriela y hacia el grupo de poemas motivados por el suicidio de Juan Miguel Godoy. Lo otro que adelantaré desde ya es que el "tú" individual e íntimo oculta casi siempre en los textos que cito a un tú colectivo, encubrimiento que habilita al recurso apostrófico mistraliano para una puesta en escena de ademanes grandiosos que coquetea con y que a veces logra la tensa irritación del melodrama.

No cabe duda entonces de que para Gabriela Mistral La Palabra sigue siendo la-palabra-de-él y que a ella le es dado utilizarla sólo porque, al haberlo desarmado a él durante las primeras escaramuzas de la guerra amorosa, convirtiéndolo en ese objeto "inerte" y "grotesco" del que habla el autor de los Fragmentos, ella siente que puede y que incluso debe asumir la responsabilidad del discurso masculino que se ha quedado sin ser dicho. Su narcisismo, ese que la ha hecho anular a El Otro, es el que también le suministra la posibilidad de "desanularlo", de volverlo a la vida bajo la especie de la literatura. Tal es el punto de vista que se nos impone (y sin esfuerzo) cuando nos abocamos a la lectura de poemas como "El suplicio" (20-21), "Credo" (31-32), "Ceras eternas" (93-94), "Volverlo a ver" (95), el "Poema del hijo" (102-106) y los "Poemas de las madres", de la primera Desolación40, así como también frente a los nocturnos de Tala  (382-397) y Lagar II  (103-107), y sobre todo cuando posamos los ojos sobre un texto de belleza tan perturbadora como "La huella" (683-685) de Lagar.  En cada uno de estos poemas es la ausencia del amado la que genera condiciones favorables para una emergencia de la voz de la amada. En una pesquisa ulterior, a mí me sobreviene la sospecha de que este mecanismo de creación a partir de un tachado de El Otro y de la consiguiente expropiación de su lenguaje, y que es un mecanismo que algunas escritoras latinoamericanas de generaciones posteriores, como Idea Vilariño, Alejandra Pizarnik, Elena Poniatowska, Rosario Ferré y Cristina Peri Rossi, explotarán con ánimo paródico, es una constante del discurso de la femineidad cuando ésta se halla a punto de abandonar el santa sanctorum  de sus refugios seculares.

Para volver ahora sobre la madre de Mistral, recojamos cuanto llevamos dicho hasta aquí, confirmando que su flaqueza involucra el conocimiento (vago, quizás), la distancia (marginalización, en realidad) y la resignación al no acceso al universo simbólico o, por lo menos, al universo simbólico de la Ley del Padre, el que es, para delimitar el radio de su competencia con la ayuda del vocabulario gramsciano, el universo de los aparatos y discursos hegemónicos de nuestra cultura (en el plano biográfico, el abandono del que don Juan Jerónimo Godoy Villanueva hace víctima a su familia no nos parecerá desalmado en demasía si aceptamos que el suyo es un hogar paraburgués en el que no se le adicionan a la estructura familiar las mismas facultades de reproducción y exaltación del orden existente de las que ella dispone en los pacatos hogares de las clases alta y media. Matilde Ladrón de Guevara nos asegura que doña Petra Alcayaga no lo culpó jamás por eso y que tampoco lo hizo Mistral y yo tiendo a creerle a ella más que a José Santos González Vera en lo que toca a esta materia41). El desideratum de la privación materna es naturalmente el grado cero del lenguaje: el silencio. Pontifica Lacan en un conocido dictamen: "No hay mujer si no en la medida de su exclusión por la naturaleza de las cosas que es la naturaleza de las palabras"42. Declara Mistral en "La copa" (409-410): "callada voy, y no llevo tesoro ...". Este mismo tópico maternalista, que detecta y se hace cargo del silencio de lo femenino oprimido como si él fuese la consecuencia de un destino genérico ineluctable, Mistral lo profundiza, aunque no pocas veces con un resabio de queja, en el ámbito de sus poemas tardíos, como "Madre mía" y "Cuando murió mi madre", de Lagar  (725-730) y Lagar II (49-50). Como si eso no bastara, en "Ultimo árbol" (798), el "epílogo" de Lagar, los versos veintitrés y veinticuatro nos dan una noticia sobrecogedora acerca de la bifurcación que experimenta el sujeto lírico mistraliano, al disponerse la poeta en ese texto, y que es el texto que guarda el poema postrero de su libro postrero, a "devolverle" el cuerpo a la vida representando sus mitades como "mi flanco lleno de hablas / y mi flanco de silencio".

En resumen, yo espero que el programa de lectura que acabo de bosquejar haya puesto en evidencia que la interpretación de la poesía mistraliana que expongo en los diez capítulos que forman este libro parte poniendo sitio a la congoja que experimenta un sujeto femenino históricamente determinado, cuyo discurso oscila entre la palabra paterna directa y todo lo que ella involucra (religiosamente, el Yavé del Antiguo Testamento; éticamente, la soberbia; políticamente, la autoridad y hasta el autoritarismo; étnicamente, la herencia hispánica, la piel blanca y no pocas veces el prejuicio racial; ecológicamente, la realidad humana que se alza sobre la realidad natural y la domina; estéticamente, La Poesía de los Grandes Temas) y el silencio materno y sus implicaciones o, como quizás fuera más apropiado argüir, el silencio y aquellas rupturas que por razones tácticas El Padre le consiente a su hija, y que son rupturas que se actualizan a través de la introducción en el paño lingüístico de una palabra ma/paterna indirecta  o feminizada  (religiosamente, el Cristo que da su vida por la humanidad; éticamente, la abnegación programática; políticamente, la reivindicación de los pobres y los oprimidos; étnicamente, la verdad fantasmagórica del aborigen americano; ecológicamente, el amor por la naturaleza humilde; y estéticamente, la poesía maternal o amorosa a la manera "femenina", así, con el adjetivo puesto otra vez entre comillas, es decir, a la manera que festejaba la crítica vieja y que las antologías escolares todavía promueven sin recato ninguno. Ejemplos de este tipo de textos son ciertos poemas en los cuales el ego  machista se refocila hasta el orgasmo, como "La mujer estéril" y "Vergüenza" de Desolación ).

Pero es hacia la irrupción de un tercer nivel del quehacer escriturario mistraliano, cuyos presupuestos la poeta intuyó (es muy posible que sin acabar de entender el sentido último de sus propias intuiciones) y que podría decirse que activó hasta cierto punto durante el desempeño de su labor profesional y diplomática43, que los estudiosos de hoy debemos dirigir nuestras destrezas. ¿Existe ese nivel en su escritura realmente ? ¿Se escapa la palabra de Gabriela Mistral alguna vez de la actuación a dos bandas que fuerza sobre ella el poder del Edipo? Mi opinión es que sí, aunque no se me oculta que las dificultades que presenta el comprobarlo son tan serias que, a menos que modifiquemos radicalmente nuestra manera de leer, el éxito parece dudoso.

Por lo pronto, porque queda claro que ese mensaje secundario al que aquí me estoy refiriendo no va a sernos accesible a través de los enunciados meramente constatativos del discurso poético; que por consiguiente encontrarnos con él nos obliga a evadirnos del dominio lingüístico clásico y a interpretarlo de otra manera, encarando la producción del lenguaje lírico a partir de la performance del sujeto que habla y en sus actos de habla, a la vez que operativizando por nuestra parte una modalidad receptiva que no sólo se aboca a la "recuperación de la información semántica que el texto posee, sino también a la introducción de todos aquellos 'elementos' de lectura que el sujeto [el que interpreta: nosotros] puede poseer"44.

Trataremos de descubrir así a La Otra enterrada en el fondo del discurso de El Otro, obligando a ese Otro a que nos la devuelva, cuando, de la misma manera en que lo hace Mistral, seamos capaces de neutralizar su soberbia, según ocurre en la escena del amado ausente, o cuando lo sorprendamos obligado a ceder La Palabra ya sea por debilidad, por impotencia o porque las fallas en la concha protectora del ego  simbólico nos dejan acceder a un más allá al que defienden espesas tinieblas. Es entonces cuando percibiremos un mensaje distinto, acaso el que transmiten esos "núcleos opacos" que se hallan insertos en "una red de significaciones transparentes", según afirma Derrida en el más popular y saqueado de todos sus ensayos45. Me refiero a la clase de mensaje que se filtra por entre las líneas de un circuito de comunicación que, aunque sigue perteneciéndole a El Padre, también contiene un fondo dialéctico de negatividad que lo hace menos monolítico de lo que parece a simple vista. Porque una cosa es hablar y otra es ser escuchada. Gabriela Mistral habló, sin duda. Pero la selectiva advertencia que sus comentaristas iban a prestarle después a cuanto dijo constituye una demostración harto penosa de que no sólo se trataba de decir, sino también de ser oída.

Reconozcamos sin embargo que el arduo problematismo del esfuerzo tercerista mistraliano retrotrae continuamente a la hablante de estos poemas hacia el silencio de lo materno patriarcal, el que más a menudo de lo que difunden los promotores de la exégesis canónica convierte a la figura de la madre en un factor de desánimo y no pocas veces en el indicio de una primacía de la muerte con respecto a la vida. Madre, tierra y muerte conforman en tales casos una tríada inseparable en cuyo subsuelo a mí me parece percibir un contubernio entre la repetición y el deterioro. Las treinta y tantas "canciones de cuna" que la poeta publicó durante su vida, algunas de las cuales formaron primero parte de Desolación, que luego se multiplicaron en Ternura  del 24 y en Tala, y que como un apretado destacamento de batalla acabaron encabezando los poemas de la segunda edición de Ternura, la de 1945, nos suministran un ejemplo que es menos reconfortante de lo que desearían muchos de sus prosélitos. Se recordará que la imagen que preside esas canciones es de nuevo el monumento de la madre que con su hijo-hombre entre los brazos lo prepara (y se prepara) para el reposo letárgico. Origen de la vida del hijo, la madre se transforma, sin embargo, a muy poco andar,  habida cuenta de las circunstancias que se hallan en juego en esta escena y que son circunstancias que mitos pertenecientes a culturas de la más diversa índole atribuyen a La Madre Tierra, en el vehículo de su muerte46. Como en "Meciendo" (153), donde ella mece al niño como Dios mece al mundo, en y desde "la sombra", o como en "Sueño grande" (192-193), que explora el ciclo tierra-madre-mujer-propiciadora del sueño, o como en "Niño chiquito" (189-191), donde la hablante se transforma literalmente en la "urna" del dormir de la guagua. En cambio, desde la vereda contraria, cuando Mistral se aparta del circuito materno y la secuencia que forman el padre y sus locuras por el mundo47 se posesiona de su creatividad, esa secuencia suele dar origen a un producir exaltado, que aprecia la vida o que por lo menos refleja la obligación de asumirla y que además, lo que no tendría por qué desconcertarnos, es la cifra de una praxis cuya meta la constituye un orgulloso realce del ser propio. Cristo es, ni qué decirse tiene, las dos cosas: tanto un Dios joven e inerme al que maltratan los malos (el del "Nocturno del descendimiento", en Tala. Su contrapunto, sólo en apariencia antitético, lo encontraremos en la deidad vulnerable a causa de su vejez: el "Dios triste", de Desolación, 37-38) como un Dios joven y fuerte, aunque eso no lo libre de pasar por las pruebas de la humillación y la tortura, las mismas mediante las cuales en el otro lado de la página podrá poner por fin la mano sobre la espada vengadora del Dios Padre (el de "Al oído de Cristo", de  Desolación,  5-7).  

Esto nos deja con Gabriela Mistral entrando y saliendo de una u otra de las dos perspectivas de las que se sirven la mayoría de los pensadores que desde Aristóteles a Freud procuran echar luz sobre el gatuperio de los sexos en el mapa espiritual de Occidente. De un lado, la languidez e improductividad femeninas, sin otra esperanza que un lento desvanecerse de la vida, y del otro, la fortaleza y la productividad masculinas. A Mistral la primera de estas posiciones le asegura la comunión con una sujeto adorable, pero inválida ("vas en mí por terrible convenio, / sin responderme con tu cuerpo sordo...", recordemos que es lo que la poeta deja escrito en "La fuga"); la segunda le promete por el contrario una apropiación de La Palabra Paterna, con la capacidad para utilizarla entre aquéllos a quienes su dotación fálica les otorga licencia para actuar en el mundo, pero al precio de la mortificación, la culpabilidad y la escritura entendida como histeria, desgarro y ejercicio sangriento ("Como creo la estrofa verdadera / en que dejo correr mi sangre viva", se lee en los versos cinco y seis de la "Poda del almendro", 662, y podría citar muchos más)48.

Pienso yo que Gabriela Mistral no se zafó de este dilema nunca. El "modo" que la presentación del mismo adopta en su poesía temprana es (conviene dejarlo establecido desde ya) el del melodrama o, dicho con la exactitud del especialista, es el "modo del exceso". Según la definición que nos proporciona Peter Brooks, se recoge por lo común, en este tipo de formación discursiva, "un drama emocional y ético, basado en la lucha maniquea entre el bien y el mal, un mundo en el que aquello por y para lo que uno vive es visto en términos de, y es determinado por, las relaciones psíquicas y las fuerzas ético-cósmicas más fundamentales. Su conflicto sugiere la necesidad de reconocer y enfrentar la maldad, de combatirla y expulsarla, para purgar el orden social. El hombre es visto, y así es como él debe reconocerse a sí mismo, actuando en un teatro que es el punto de unión y de choque de imperativos que lo superan porque no son mediatizados y son irreductibles"49. Discurso éste que puede alojarse en cualquier receptáculo semiótico, por supuesto, pero que procede de un género teatral que debuta en Francia a fines del siglo XVIII, que llega a su "período clásico" en los primeros treinta años del XIX, con las obras de Pixerécourt, Caigniez y Ducange, y en el que como establece Jean-Marie Thommaseau el comediógrafo dedica sus mejores esfuerzos a multiplicar los efectos de "la sensación y la emoción" mediante el empleo de una "acción novelesca espectacular que no deja que el público piense y que le pone los nervios de punta"50. Desde el punto de vista retórico, es por entero comprensible que las figuras que asoman con mayor frecuencia en el lenguaje del melodrama sean la hipérbole, la antítesis y el oxímoron, precisamente aquellas figuras "que evidencian un rechazo del matiz y la insistencia en operar con conceptos puros, integrales"51.

Paralelamente, nosotros debemos darle a otra forma de la literatura popular decimonónica todo el crédito que ella merece en la gestación del sujeto lírico mistraliano. Me refiero ahora al folletín, el que según dice Brooks mantuvo con el melodrama las más cordiales relaciones. Ambos, agrega este crítico, "pueden enseñarnos a leer todo un cuerpo de literatura moderna con una más aguda percepción de su proyecto"52. El caso es que melodrama y folletín comparten y combinan las creencias propias de un cristianismo redencionista, defensor inconmovible de La Virtud, con los desbordes efectistas y especiosos de la musa romántica53. En las páginas de Desolación  y con menos inocencia después, Gabriela Mistral ensaya y vuelve a ensayar los procedimientos más típicos de estos dos géneros aparentemente secundarios de la literatura del siglo XIX, pero encontrándose con que siempre le queda más leña por echar en la hoguera de los grandes afectos, añadiéndoles a los episodios ya gastados una carga efusiva adicional, un capítulo nuevo, si es posible aún más apasionante que los anteriores, y el que luego de integrado en el conjunto devendrá compatible con todos los demás.

Se queda al fin Mistral con su historia imperfecta, la historia de una mujer adulta que como la de "La fuga" procura establecer su identidad a través de la identidad de otra (la de su madre) o de otras (la de las representantes aceptadas de su sexo. Más de una vez sus enemigos le reprocharon sus debilidades para con la autocomplaciente seguridad de las señoronas de la oligarquía chilena y la descripción de sus reuniones con las damas rotarias mexicanas es apenas creíble), pero que en el fondo, recurriendo a tales tretas, se las arregla para ponerle una brida a la verdad de su deseo. Por eso, a mí me parece atractiva la tesis que desenfunda Adriana Valdés en su excelente ensayo sobre Tala, aun cuando no pueda yo acompañarla en cada una de sus observaciones. Valdés estima que la fragmentación es un acaecer derivado de la posición intermedia de Tala, lo que querría decir que existe una unidad anterior, en Desolación, y otra posterior, en Lagar, en el "Poema de Chile" y en Lagar II54. También añade que dicha fragmentación es múltiple. En cambio, yo prefiero pensar que la fractura existe en la poesía mistraliana desde siempre y hasta siempre, antes, entonces  y después, y que ella se abre entre dos pistas formadas y una informe, aunque eso no me impida sugerir la posibilidad de un despliegue diacrónico que hará que los apremios de la metáfora paterna lleguen a ser a la larga lo suficientemente poderosos como para empujar a la sujeto del discurso más allá de estaciones por las que nunca soñó atravesar.

Finalmente: preveo que lo que el feminismo crítico tenga que enseñarnos acerca del proyecto lírico mistraliano en el futuro dependerá mucho más de su adecuado percatarse de este principio de coherencia dentro de la incoherencia que de la reivindicación y absolutización del monumento materno, al modo de lo que fantasea Cixous en "Sorties"55 y que en Mistral buscan y encuentran, por qué no podían menos que encontrarlo, Eliana Ortega y Alberto Sandoval56. Pero lo definitivo, para cerrar estos tanteos introductorios, es que Valdés identifica en Tala  a un sujeto "tránsfuga" o, en otras palabras, a un sujeto "en fuga" y en "trans" fuga. Nunca estático, siempre en movimiento, cruzando y descruzando, dejando de ser y siendo y siendo para dejar de ser. Habiendo desencadenado con su esfuerzo de desestructuración algo así como una ruptura epistemológica en el campo de los estudios mistralianos, esta admirable estudiosa se pone a la cabeza de todos los que sentimos que ha sonado la hora de restituirle a la poeta chilena el lugar que le corresponde en la literatura de su país y del mundo y del que "la cursilería elogiosa y el denuesto criollo"57 consiguieron mantenerla alejada durante más de medio siglo.

Notas


1. Freud organiza sus puntos de vista sobre este tema por primera vez en "Some Psychological Consequences of the Anatomical Distinction between the Sexes", donde dice que "En las niñas el complejo de Edipo es una formación secundaria" y que en ellas "o es abandonado lentamente o eliminado por represión, o sus efectos pueden persistir por mucho tiempo en la vida mental normal de las mujeres adultas", tr. de James Strachey para The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, ed. James Strachey. Vol. XIX. London. The Hogarth Press and the Institute of Psycho-analysis, 1961, pp. 256-257. En lo sucesivo, en las citas que yo haga de cualquiera de los veinticuatro volúmenes de la Standard Edition, me limitaré a dar sólo las indicaciones relativas al traductor, el volumen y la o las páginas correspondientes. Además, las retraducciones al español serán mías, como lo son todas las demás en lenguas extranjeras que aparecen en este libro a menos que se señale lo contrario expresamente. Para volver ahora a las reflexiones de Freud sobre lo femenino, en sus trabajos posteriores al que acabo de citar, y cualesquiera sean los reajustes que en ellos introdujo vis-à-vis el modelo que inaugurara en el 25, éste permanece en lo esencial inalterado. Tal ocurre en "Female Sexuality", de 1931, en la "Lecture XXXIII" de las "New Introductory Lectures on Psycho-analysis", de 1933, y aun en las páginas finales de "Analysis Terminable and Interminable", de 1937. Vid.: Trs. de Joan Riviere, James Strachey y Joan Riviere para la Standard Edition. Vols. XXI, XXII y XXIII, pp. 222-243, 112-135 y 250-253 respectivamente. Otros trabajos importantes sobre el mismo tema, entre los autores clásicos de la escuela psicoanálitica, son los de Ernest Jones, Helene Deutsch, Karen Horney y Joan Riviere. Algunos de ellos se reunieron en Psychoanalysis and Female Sexuality, ed. Hendrik M. Ruitenbeek. New Haven. College and University Press, 1966.

2. Cito sin comentarios este juicio de una historiadora estadounidense en el curso de su presentación del feminismo latinoamericano de principios de siglo: "La creencia en la 'misión diferente' de la mujer es fundamental para los movimientos feministas de América Latina, diferenciándolos de la forma predominante de feminismo que se desarrolló en Inglaterra y en Estados Unidos, donde la igualdad con el hombre era la meta, y las diferencias genéricas o se negaron o se minimizaron. En el contexto latinoamericano, lo femenino es digno de aprecio, el ser mujer --la habilidad de tener y criar hijos, de sostener una familia-- es celebrado. En vez de rechazar su papel definido socialmente de madres y esposas, se puede entender a las feministas latinoamericanas como a mujeres que actúan para protestar contra las leyes y condiciones que amenazan su capacidad para cumplir con ese papel". Francesca Miller. Latin American Women and the Search for Social Justice. Hanover, N. H. University Press of New England, 1991, p. 74.

3. Un buen ejemplo es el de Irene Matthews, quien, después de admitir que para la crítica feminista actual Gabriela suele ser "más un blanco de ataque que una fuerza", dice hallar en ella un "problemático frisson" y se pregunta: "¿puede toda la poesía de Mistral ser tan popular, tan ejemplar y sobre todo tan absoluta y positivamente maternal?". La respuesta a esta pregunta (negativa, por cierto) es su artículo "Woman as Myth: The 'Case' of Gabriela Mistral". Bulletin of Hispanic Studies, 1 (1990), 57-69.

4. Cito por el volumen de las Poesías completas de Gabriela Mistral, que, como es bien sabido, distan mucho de ser completas., ed. Margaret Bates. 4a. ed. definitiva, autorizada, preparada por... Madrid. Aguilar, 1968, pp. 411-412. No incluye la edición de Bates el "Poema de Chile", por ejemplo, que apareció independientemente, en España, en 1967, y con un título plural, por lo menos en la edición de lujo: Poemas de Chile. Barcelona. Pomaire. También hay que recordar aquí los inéditos que allegó Raúl Silva Castro en 1957, los que publicó Roque Esteban Scarpa en 1977, el volumen de "poesía dispersa e inédita" que editó Gastón von dem Bussche en 1983, así como la aparición (por fin) de los contenidos de los baúles de Santa Barbara más otros pocos inéditos procedentes del inexhaustible archivo de von dem Bussche, en 1993, entre otras contribuciones del mismo jaez. Vid. : Producción de Gabriela Mistral de 1912 a 1918. Santiago de Chile. Ediciones de los Anales de la Universidad de Chile, 1957; La desterrada en su patria (Gabriela Mistral en Magallanes: 1918-1920). Santiago de Chile. Nascimento, 1977; Reino. Valparaíso. Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1983, y Magda Arce y Gastón von dem Bussche, eds. Proyecto preservación y difusión del legado literario de Gabriela Mistral. Santiago de Chile. Organización de Estados Americanos (OEA). Programa Regional de Desarrollo Cultural. Ministerio de Educación de la República de Chile, 1993, respectivamente. Se sabía, por otra parte, desde hace mucho, de la existencia de Lagar II, el libro en el que Gabriela Mistral estaba trabajando cuando murió, y que en 1991 hemos podido conocer en su integridad gracias a una edición que preparó Pedro Pablo Zegers con la colaboración de Ana María Cuneo y Sergio Villalobos. Santiago de Chile. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. Biblioteca Nacional. En fin, todo indica que el recuento exhaustivo de las obras poéticas de Mistral no se ha cerrado aún y que probablemente no se cerrará durante algún tiempo más. Respecto de mis citas de sus poemas, a menos que no pertenezcan a los volúmenes aquí anotados, me abstendré en lo sucesivo de dar más referencia que el número de página.

5. "... había venido del norte. Hijo de doña Isabel Villanueva, dama de gran prestancia y personalidad, quien parece haber tenido decisiva influencia en el ánimo de Gabriela.// Esa señora quería que todos sus hijos fueran sacerdotes y monjas. Así, había internado a su Jerónimo en el Seminario de La Serena desde donde éste desertó. El tenía otro destino.// Por su educación ya formada se consiguió un nombramiento de profesor y fue designado en la Escuela No. 10, situada en La Unión (Pisco, Elqui) en lo alto del valle donde vivía doña Petronila Alcayaga. Allí se conocieron y a pesar de su gran diferencia de edad y caracteres se enamoraron y casaron, en el Civil y Parroquia de Paihuano, en el año 1888.// Don Jerónimo, que entonces tendría unos 26 años, era un hombre en todo sentido extraño. Por retratos familiares y de gentes que fueron alumnos suyos, sabemos que era muy instruido, de genio violento, de aspecto imponente, sin ser muy alto; moreno tostado, de ojos verdes; inspiraba respeto y se imponía siempre.// Era un gran profesor, procurando hacer labor cultural dentro y fuera de la escuela. Muy solicitado entre las familias del valle a causa de su interesante conversación, sus versados conocimientos y sus infinitos recursos frente a toda circunstancia. Además, tocaba violín y guitarra y era un poeta, estilo payador, de grande ingenio.// En su vida privada sí que la particularidad de su carácter era remarcable. Caminador sin fatiga, ello le daba lugar a inquietantes ausentismos. Gustaba de domesticar y guardar en casa, serpientes, iguanas, lagartos, etc., con la natural desesperación de 'Doña Petita'. Rara vez consentía en habitar recintos cerrados". Laura Rodig. "Presencia de Gabriela Mistral". Anales de la Universidad de Chile, 106 (1957), 283-284.

6. "... su padre dejó el hogar, acaso por gustarle la vida errante, tal vez porque su mujer, de temperamento nervioso, solía alterar sus ensueños con quejas y recriminaciones copiosas que, fuera de impacientarlo, le ahuyentaban rimas singulares casi en el instante de asirlas. Estuvo en diversos pueblos, inclusive en un colegio de Santiago. Su madre le había educado en el Seminario de La Serena --en donde estudió latín y algo de todo-- con la intención de hacerle seguir la carrera eclesiástica, pero él se resistió. Deseaba vivir en el siglo, sospechando que más allá de las parroquias la vida también es apetecible". José Santos González Vera. "Comienzos de Gabriela Mistral". Ibid., 22.

7. Por ejemplo, estos dos de Bahamonde: "Don Jerónimo Godoy, padre olvidadizo de Lucila, falleció en la sala común del hospital de Copiapó el 30 de agosto de 1911. Y al día siguiente sus restos fueron depositados en la fosa común del cementerio, la patria eterna de la miseria y el olvido. Transhumante [sic], bohemio, poeta, andariego, libador y nortino, a veces hizo de preceptor y otras, simplemente, de nada [...] La estampa de un hombre vistiendo una levita increíblemente desteñida, pisando unos zapatos a punto de desmayarse, barbón y curadito, era la imagen del preceptor de comienzos de siglo .... Don Jerónimo Godoy Villanueva fue preceptor y no pudo haber escapado a esta imagen, siendo errabundo, poeta y guitarrero...", etc. Gabriela Mistral en Antofagasta. Años de forja y valentía. Santiago de Chile. Nascimento, 1980, pp. 38 y 69. O estos otros dos de Volodia Teitelboim: "estudió en el Seminario y alcanzó a recibir órdenes menores, pero carecía de auténtica vocación religiosa. Decidió retornar al mundo que lo llamaba a gritos y a cantos, con acompañamiento de guitarra y violín. Le agradaba tañer cuerdas, enamorar mujeres, escribir versitos, payar. Maestro, organizador de coros, fiestero de trasnoche [...] Poeta intermitente, mujeriego permanente, chileno errante, preceptor a ratos, ahogó sus capacidades en copiosos hectólitros del reputado pisco de la zona...", etc. Gabriela Mistral pública y secreta. Truenos y silencios en la vida del primer Nobel latinoamericano. Santiago de Chile. BAT, 1991, p. 18-19.

8. "En país de chiste grueso no faltó un señor que hiciese chacota con mi padre. Ni mi padre se la merece ni son ésas unas zonas que remueva y pise un espíritu asistido de mínima nobleza". Citado por Teitelboim. Gabriela Mistral..., 19.

9. Jorge Guzmán. "Gabriela Mistral: 'por hambre de su carne'" en Diferencias latinoamericanas (Mistral, Carpentier, García Márquez, Puig). Santiago de Chile. Centro de Estudios Humanísticos. Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Universidad de Chile, 1985, p. 22.

10. Ibid., 76-77.

11. o hay que olvidar tampoco las referencias a la madre en el "Poema de Chile", el que es, por lo menos en una de sus lecturas posibles, una vuelta a su regazo: "Está la patria confundida en las remembranzas, con la niñez que siempre cobija i con la madre [...] Evocando a la Patria surjen en esa flor inmaculada de la existencia La Niñez, i esa otra flor divina i sacra: la Madre", había dicho ella misma en un artículo que va a ser decisivo para la lectura que más adelante haremos del "Poema" y que se publicó el jueves 18 de octubre de 1906 en La Voz de Elqui. Vid.: "La Patria" en Gabriela Mistral en  La Voz de Elqui, ed. Pedro Pablo Zegers Blachet. Santiago de Chile. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. Museo Gabriela Mistral de Vicuña, 1992, p. 58. Como Zegers, yo también preservo la ortografía y puntuación originales, aquí y también más adelante.

12. Julio Saavedra Molina. "Gabriela Mistral: su vida y su obra", prólogo a Poesías completas. Madrid. Aguilar, 1958, pp. LXXXVII y LXXX y LXXXI respectivamente. Con más responsabilidad, Cedomil Goic retrotrae los vínculos de Gabriela Mistral con la vanguardia a la poesía de Desolación, y ofrece como ejemplo el poema "Cima", de la cuarta parte, al que conecta con el creacionismo huidobriano y del que bosqueja un comienzo de análisis. "Gabriela Mistral (1889-1957)" en Latin American Writers. Vol. II, eds. Carlos A. Solé y María Isabel Abreu. New York. Charles Scribner's Sons, 1989, pp. 684-685. En cuanto al sesgo anómalo del vanguardismo de Tala, Jaime Concha zanja el problema con ecuanimidad. Después de afirmar que "Tala  pertenece con pleno derecho al movimiento y período de vanguardia", y de acopiar las pruebas de su afirmación, aclara que "lo mismo que Vallejo y a diferencia de tantos otros, Tala  pertenece a una vanguardia endógena, casi indígena, habría que decir, en el sentido de ser autóctona". Jaime Concha. Gabriela Mistral. Madrid. Júcar, 1987, pp. 99-100.

13. Muy perspicaz es por ejemplo la lectura que hace Gastón von dem Bussche, aun cuando este crítico se mantenga como los demás excesivamente apegado a la circunstancia funesta que origina el poema y aun cuando (percibiéndolos) no lea (es como si no quisiera leerlos) a los "dioses crueles" que se interponen entre la madre y la hija, así como a la metáfora correspondiente en el paisaje de los cerros. Tampoco me parece muy defendible las identificación que hace von dem Bussche de la alternativa que se halla inserta en la frase "un Dios que es de nosotros" con el Dios cristiano ortodoxo. Vid.: "De las tinieblas al 'llamado del mundo' en Gabriela Mistral. Nuevas visiones, ed. Iván Carrasco M.. Valdivia. Universidad Austral de Chile. Facultad de Filosofía y Humanidades. Anejo 13 de Estudios Filológicos, 1990, pp. 71-79.

14. "... desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones --que he tenido muchas--, ni propias reflejas --que he hecho no   pocas--, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí [...] Tomé el estado que tan indignamente tengo. Pensé yo que huía de mí misma, pero ¡miserable de mí!, trájeme a mí conmigo y traje mi mayor enemigo en esta inclinación [...] ¡Y que haya sido tal esta mi negra inclinación que todo lo haya vencido!", etc. Sor Juana Inés de la Cruz. Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz en Obras escogidas. México. Espasa-Calpe, 1965, pp. 121, 123 y 128 respectivamente. Debo añadir algo más a propósito de esta comparación, y es lo que Mistral escribió sobre Sor Juana en sus Lecturas para mujeres. El lector prevenido de su difícil relación con lo simbólico no ha de soprenderse de que diga ahí de su congénere que "la pasión, o sea el exceso, no asoma en su vida sino en una forma: el ansia de saber", pero que "un día la fatiga la astronomía, exprimidora vana de las constelaciones; la biología, rastreadora minuciosa y defraudada de la vida; y aun la teología, a veces pariente, ¡ella misma!, del racionalismo. Debió sentir, con el desengaño de la Ciencia, un deseo violento de dejar desnudos los muros de su celda de la estantería erudita [...] Tiene entonces, como San Franciscio, un deseo febril de humillaciones [...] y quiere más aún: busca el cilicio, conoce el frescor de la sangre sobre su cintura martirizada. Esta es para mí la hora más hermosa de su vida; sin ella yo no la amaría". "Silueta de Sor Juana Inés de la Cruz (Fragmento de un estudio)". Lecturas para mujeres. México. Porrúa, 1969, pp. 68-69.

15. Dos precisiones me parecen de rigor en este momento: una me la suministra Terrry Eagleton, cuando afirma que "el vórtice y el abismo, irrupciones 'verticales' en la temporalidad dentro de las cuales hay fuerzas que giran sin cesar en un eclipse del tiempo lineal," son "típicas imágenes modernistas". Terry Eagleton. "Capitalism, Modernism and Postmodernism". New Left Review, 152 (1985), 67; y la otra, que confirma y aterriza la generalización de Eagleton, me remite al itinerario de Pound, quien creó, con Wyndham Lewis, en 1914, el Vorticism  inglés. Definiendo la imagen vorticista, dice Pound:  "La imagen no es una idea. Es un nódulo o centro radiante; es lo que puedo, y debo por fuerza, llamar un VORTICE [las mayúsculas son suyas], desde el cual, y a través del cual, y en el cual, las ideas están atropellándose constantemente. "Vorticism" en Ezra Pound et al. Gaudier-Brzeska: A Memoir. New York. New Directions, 1970, p 92.

16. Remito al lector a la "Excusa de unas notas", en las "Notas" de Tala : "... el autor que es poeta y no puede dar sus razones entre la materia alucinada que es la poesía". Poesías completas, 803.

17. Of Woman Born: Motherhood as Experience and Institution. New York. Norton, 1976. No es este el lugar para exponer las ideas de Rich, como no sea para decir que si su libro es por un lado una des (cons) trucción experiencial y erudita de la ideología de la maternidad, por otro es en esos mismos términos una recuperación y una reivindicación de la realidad del ser madre.

18. Pienso, por ejemplo, en Jane Gallop, quien, a sabiendas de que "la lengua materna, el lenguaje que aprendemos en el pecho de nuestra madre, es lenguaje patriarcal", cree sin embargo que "la crítica feminista psicoanalítica enseña no cómo hablar la lengua de la madre, no sólo cómo ver a la madre como otra y no como epejo, sino a leer a esa otra dentro de la lengua de la madre". "Reading the Mother Tongue: Psychoanalytic Feminist Criticism". Critical Inquiry, 13, 2 (1987), 322 y 329 respectivamente.

19. Un excelente muestrario de la reivindicación preedípica que se populariza en Estados Unidos durante la década del ochenta puede encontrarse la antología a la que se refiere Jane Gallop en el ítem citado en nuestra nota anterior: The (M)other Tongue. Essays in Feminist Psychoanalytic Interpretation, eds. Shirley Nelson Garner, Claire Kahane y Madelon Sprengnether. Ithaca. Cornell University Press, 1985, particularmente en los trabajos de Coppélia Kahn, Diane Hunter y Naomi Schor. Más interesante todavía para nuestro propio proyecto es que Mistral, por su cuenta, sin deberle nada a nadie, haya ensayado una suerte de utopía del discurso matrilineal en sus "Motivos de San Francisco" (1923 a 1926), donde el santo y el discurso del santo son, expresa y enfáticamente, de origen materno. Dice con su discurso apostrófico dirigido a la madona Pica: "tú le enseñaste a hablar, y de ti y no del Bernadone le vino ese dejo de dulzura que le reunía a los pájaros en torno, como si sus palabras fuesen alpistes y cañamones dorados [...] Su deseo de cantar fue cosa que le vino también de las canciones con las que seguramente le anegabas cuando le tenías entre tus rodillas...", etc. De los "Motivos" se han hecho varias ediciones, pero la más accesible y completa y que es la que yo cito está en Gabriela Mistral. Poesía y prosa, ed. Jaime Quezada. Caracas. Biblioteca Ayacucho, 1993, pp. 374-389. La cita que acabo de hacer proviene de las páginas 374-375. También de Quezada es un interesante artículo sobre "Dos santos en la obra de Gabriela Mistral [Francisco de Asís y Teresa de Avila]" en Gabriela Mistral. Nuevas visiones, 35-47.

20. Juliet Mitchell. "The Question of Femininity and the Theory of Psychoanalysis" en Women. The Longest Revolution. New York. Pantheon, 1984, p. 312.

21. "Fonction et champ de la parole et du langage en psychanalyse". Écrits 1. Paris. Seuil, 1966, p. 207. (El texto original es de 1953).

22. Fredric Jameson. "Imaginary and Symbolic in Lacan" en The Ideologies of Theory. Vol. I. Minneapolis. University of Minnesota Press, 1988, p. 88.

23. Soledad Bianchi. "'Amar es amargo ejercicio' (Cartas de amor de Gabriela Mistral)" en Una palabra cómplice. Encuentro con Gabriela Mistral, eds. Soledad Fariña y Raquel Olea. Santiago de Chile. Isis Internacional. Casa de la Mujer La Morada, 1990, p. 9.

24. Carta a Manuel Magallanes Moure del 25 de febrero de 1915. En Cartas de amor de Gabriela Mistral, ed. Sergio Fernández Larraín. Santiago de Chile. Andrés Bello, 1978, p. 110. El 2 de abril de 1916, en otra de estas cartas a Magallanes, Mistral le dirá: "Me parece que Ud. es también otro muerto que no quiso darme un poco de dicha". Ibid., 124. Finalmente, en una carta del 19 de noviembre de 1920, ya con la pasión del principio hecha cenizas, concluye expresándole su deseo de hablar con él de su amor "como de un muerto adorable que se ha hecho polvo, pero cuya fragancia se aspira todavía". Ibid., 154. Lo del "apacible Magallanes", que sin duda es un acierto habida cuenta de la linfática personalidad del aludido, es un adjetivo de Julio Molina Nuñez y Juan Agustín Araya, en su Selva lírica, de 1916, que la poeta repite en una carta del 28 de diciembre de 1920 (en otra de sus cartas Gabriela lo acusa de "falta de vitalidad", pero yo pienso que ese defecto de Magallanes Moure no le era totalmente molesto) y que retoma Fernández Larraín. Ibid., 163 y 64 respectivamente.

25. Gabriela Mistral...,  63 et sqq. En un ensayo posterior, "Tejer y trenzar: aspectos del trabajo poético en la Mistral", presentado en el simposio "Re-leer hoy a Gabriela Mistral: Mujer, historia y sociedad en América Latina", que tuvo lugar en la Universidad de Ottawa, Canadá, entre el 2 y el 4 de noviembre de 1995, Concha insiste: "el macabrismo del primer libro no es un aspecto incidental en su imaginación, sino algo consubstancial y estructuralmente duradero a través de su poetizar". Cito por el manuscrito, que me fue facilitado por el autor.

26 "Carta íntima", artículo publicado en La Voz de Elqui, el 30 del noviembre de 1905. Puede consultarse en Gabriela Mistral en La Voz de Elqui, 29-33.

27 Cartas de amor..., 103.

28. Simone de Beauvoir. Le deuxième sexe. Vol. I. L'expérience vécue. Paris Gallimard, 1949, pp. 477-507.

29. La frase de ella se encuentra en una carta a Manuel Magallanes Moure de 1916 ó 1917. En Cartas de amor..., 137; la de Volodia Teitelboim en Gabriela Mistral..., 73. De Freud, cito "On Narcissism: An Introduction", tr. de C.M. Baines para la Standard Edition, Vol. XIV, p. 98. Un par de libros publicados en los últimos años sobre este tema, menos buenos de lo que sus títulos y su presunción postfreudiana prometen, acaban, como era de esperarse, dándole la razón a Freud. Me refiero a la "Introduction" a Narcissism and the Text: Studies on Literature and the Psychology of Self, eds. Lynne Layton y Barbara Ann Schapiro. New York. New York University Press, 1986, pp. 1-35; y al capítulo inicial de Marshall W. Alcorn Jr. Narcissism and the Literary Libido. New York and London. New York University Press, 1994, pp. 1-28. Un crítico que da también con el problema del narcisismo en Mistral, pero que elige dilucidarlo en contrapunto con el malinchismo y el chingaderismo que Octavio Paz le cuelga a la mujer mexicana (y a la latinoamericana, por extensión), es Mario Rodríguez Fernández. Vid.: "Gabriela Mistral: la antimalinche". Atenea. Revista de Ciencia, Arte y Literatura, 459-460 (1989), 131-139.

30. Elizabeth Rosa Horan. "Matrilineage, Matrilanguage: Gabriela Mistral's Intimate Audience of Women". Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, 3 (1990), 450.

31. En la "Introducción" a Lecturas para mujeres, XVI.

32. En Crítica del exilio. Ensayos sobre literatura latinoamericana actual. Santiago de Chile. Pehuén, 1989, pp. 13-52.

33. Kemy Oyarzún. "Edipo, autogestión y producción textual: Notas sobre crítica literaria feminista" en Cultural and Historical Grounding for Hispanic and Luso-Brazilian Feminist Literary Criticism, ed. Hernán Vidal. Minneapolis. Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1989, p. 593.

34. Elaine Showalter. Sexual Anarchy. Gender and Culture at the Fin de Siècle. New York. Penguin Books, 1991, p. 19 et sqq.

35. Siguiendo la huella del Freud de "Mourning and Melancholia", una de las tesis principales de Kristeva en su libro sobre la depresión y la melancolía es que la persona en tal estado se niega (deniega, dice ella) a la (de)negación de la pérdida, lo que, concomitantemente, crea las condiciones para que surja en esa persona un lenguaje otro que el lenguaje simbólico. Cito: "los signos son arbitrarios porque el lenguaje empieza con una denegación (Verneinung [déni]) de la pérdida, al mismo tiempo que de la depresión ocasionada por el duelo. 'Yo he perdido un objeto indispensable que es, en última instancia, mi madre', parece decir el que habla. 'Pero no, yo lo he reencontrado en los signos, o más bien, porque yo acepto la pérdida yo no lo he perdido (he ahí la denegación), yo puedo recuperarlo en el lenguaje'.// El deprimido, por el contrario, deniega la denegación: la anula, la suspende y se repliega, nostálgico, sobre el objeto real (la Cosa) de su pérdida, que es precisamente eso que no logra perder, a lo que se mantiene dolorosamente unido. La denegación (Verleugnung) de la denegación sería así el mecanismo de un duelo imposible, la instalación de una tristeza fundamental y de un lenguaje artificial, increíble". Julia Kristeva. Soleil Noir: dépression et mélancholie. Paris, Gallimard, 1987, p. 55.  Se trata, como vemos, de la presencia tenaz de una ausencia, de la existencia forzada de una inexistencia. El resultado, el mejor entre los posibles, es la poesía.

36. Rosalind Coward. Female Desires: How They Are Sought, Bought and Packaged. New York. Grove Press, 1985, p. 195.

37. Cartas de amor..., 126-127, 135, 146. "El oficio lateral" es de 1949 y la cita que he hecho puede confrontarse en Gabriela Mistral. Magisterio y niño, ed. Roque Esteban Scarpa. Santiago de Chile. Andrés Bello, 1979, p. 43.

38. Roland Barthes. Fragments d'un discours amoreux. Paris. Seuil, 1977, p. 39. No deja de ser digno de mención el hecho de que, con un aparato interpretativo muy diferente de los que a mí me proporcionan Coward y Barthes, el de la conciliación imposible del alma y el cuerpo en la vida pero el de su posible conciliación en la muerte (la muerte del cuerpo amado, demás está decirlo), Hernán Silva vaya a parar a este mismo sitio. Vid.: "La unidad poética de Desolación". Estudios Filológicos, 5 (1969), 169 et sqq.

39. Ibid.

40. New York. Instituto de las Españas en los Estados Unidos, 1922, 176-185.

41. "... partió dejándoles unas líneas. Ella explicaba: 'Salió a correr mundos y sólo volvía a visitarnos cada ciertos años. Mi madre lo recibía como si nada hubiese pasado y como si jamás hubiera dejado de permanecer en la casa [...] luego, añadía, queriendo disculparlo y disculparse: --Así somos los Godoy: vagabundos de alma. Queremos vagar, mirar, conocer'". Gabriela Mistral, rebelde magnífica. Santiago de Chile. Emisión, s. f., p. 39. Cito según el texto de la última edición de este libro. La primera se publicó también en Santiago, en 1957. Otrosí: el historiador Gabriel Salazar aclara que, en el espacio rural decimonónico chileno, "ser hijo de peón" significaba "hacerse a la idea de que papá no era sino un accidente --o una cadena de incidentes-- en las vidas de su prole. Los hombres como Mateo [un padre de "huacho" estudiado por Salazar] no formaban familia. Se sentína compelidos, más bien, a 'andar la tierra' [...] A veces, como merodeando, aparecía por el rancho de mamá. Como un proscrito culpable, corrido, irresponsable. Despojado de toda aureola legendaria. Traía regalos, claro, algo para mamá: una yegua, un cabrito, una pierna de buey [...] Se 'aposentaba' en casa por tres o cuatro días, pero apenas si, de lejos, echaba una mirada a sus hijos. ¿Para qué más? Permanecíamos mutuamente distantes, como extraños. Hasta que de pronto la visita terminaba, generalmente, en una borrachera o en un violento altercado con mamá. Cuando se iba --casi siempre en dirección al monte-- el aire se nos hacía más respirable. Más fino y transparente. Que se vaya. Que se pierda en el polvo de sus caminos. ¡Que siga 'aposentándose' por allí, embarazando mujeres y desparramando 'huachos'!". "Ser niño 'huacho' en la historia de Chile (Siglo XIX)". Proposiciones, 19 (1990), 58-59. La coincidencia entre la de cita que acabo de hacer y lo que cuenta Gabriela Mistral en el libro de Ladrón de Guevara no necesita comentario. Y algo más, esta vez proveniente del artículo "Vivir y morir en familia en los albores de siglo", de Loreto Rebolledo G. Dice Rebolledo que, en uno de los ámbitos rurales estudiados por ella, en la zona de San Felipe, "existía la costumbre de que una de las mujeres de la familia --hija, hermana o sobrina-- se quedara en la casa familiar cuidando a los parientes mayores. Tenían así responsabilidades particulares en relación a la familia, y específicamente a los padres y a los hijos; eran el nexo obligado entre los antecesores y los descendientes, un puente intergeneracional, lo que les otorgaba una centralidad nada despreciable. Y el espacio en que esta continuidad podía darse era --idealmente-- la casa familiar". Proposiciones, 26 (1995), 171-172. Emelina Molina Alcayaga cumplió, exactamente, esa función en la casa familiar de la niña Lucila.

42. "Dieu et la jouissance de La Femme" en Le Séminaire de Jacques Lacan, ed. Jacques-Alain Miller. Paris. Seuil, 1975, p. 68.

43. Por ejemplo, en su calidad de delegada de Chile en la United Nations Commission on the Status of Women durante los períodos de sesiones de 1953 y 1954.

44. Jorge Lozano, Cristina Peña-Marín, Gonzalo Abril. Análisis del discurso. Hacia una semiótica de la interacción textual. Madrid, Cátedra, 1989, p. 27.

45. Jacques Derrida. "La structure, le signe et le jeu dans le discours des sciences humaines" en L'écriture et la différence. Paris. Seuil, 1967, p. 416.

46. "... Un nexo que podemos identificar en este número de Feminist Studies", observa Rachel Blau DuPlessis, introduciendo un número especial de esa revista dedicado a la formulación de una teoría feminista de la maternidad, "es entre la maternidad y la muerte. Hay tanta muerte, por ejemplo en los poemas, en los 'ensayos personales' (No sé como llamarlos. Así) que me hace pensar en el tópico de la guagua muerta en la poesía de las mujeres del siglo XIX --si es que el mismo está hablando de un cruce primario de lo maternal que debemos elucidar: el cruce entre el dar la vida y el dar la muerte". "Washing Blood: Introduction" a Feminist Studies, 2 (1978), 8.

47. La referencia es a "Recuerdo de la madre ausente", el segundo de los "Dos elogios de la madre" en Lecturas para mujeres, donde escribe que "El padre anda en la locura heroica de la vida y no sabemos lo que es su día". En Lecturas para mujeres, 11-13; también, con el título "Gabriela piensa en la madre ausente", en Gabriela piensa en..., ed. Roque Esteban Scarpa. Santiago de Chile. Andrés Bello, 1978, p. 18.

48. La comprensión de la poética mistraliana como una poética de la sangre fue desarrollada por primera vez con seriedad en el libro de Martin C. Taylor. Gabriela Mistral's Religious Sensibility. Berkeley and Los Angeles. University of California Press, 1968, pp. 96-97. Cedomil Goic adhiere a ella en "Gabriela Mistral", 683. Con todo, mi impresión es que todavía queda mucho paño que cortar en esta materia, probablemente a partir de la convergencia de por lo menos tres líneas de significación: la de la sangre de Cristo y los mártires cristianos, que es más o menos el territorio de Taylor; la de la sangre del sacrificio a la manera de Bataille, que se conecta con el "sacrificio" del quehacer de la mujer, cuando éste es subversivo genéricamente, y que pudo haber sido el asunto de Mario Rodríguez Fernández en alguno de los artículos que él ha dedicado a la poeta; y la de la sangre menstrual de la mujer, que por supuesto que nadie menciona.

49. Peter Brooks. The Melodramatic Imagination. Balzac, Henry James, Melodrama, and the Mode of Excess. New Haven and London. Yale University Press, 1976, pp. 12-13.

50. Jean-Marie Thomasseau. El melodrama, tr. Marcos Lara. México. Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 153.

51. The Melodramatic Imagination..., 40.

52. Ibid., 12.

53. "... La novela folletinesca, durante su vigencia histórica como género popular, aun cuando se desarrolló al margen e la llamada literatura culta, usufructuó a la vez de dos movimientos literarios distintos. Por una parte, recogió del romanticismo una concepción peculiar de las formas artísticas, especialmente las que contribuían a definir la historia como un mundo signado por el choque de las pasiones y el desborde sentimental (y que en la novela propiamente sentimental, quizás la de mayor arraigo, llevaron a concebir el mundo según 'el orden del corazón' en oposición al orden de la realidad) y al narrador como una individualidad proyectada decisivamente en ese mundo; por otra parte, se acercó al realismo que caracterizaba a la literatura de la época, pero entendiendo el realismo como dato topográfico o caracterización pintoresca". Juan Armando Epple. "Notas sobre la estructura del folletín. Cuadernos Hispanoamericanos, 358 (1980), 9.

54. Adriana Valdés. "Identidades tránsfugas (Lectura de Tala)" en Una palabra cómplice..., 75-85.

55. "En el hablar femenino, como en la escritura, nunca deja de reverberar algo que, habiéndonos traspasado una vez habiéndonos imperceptible y profundamente tocado, tiene aún el poder de afectarnos --canción, la primera música de la voz del amor, que toda mujer mantiene viva.// La Voz canta desde un tiempo anterior a la ley, antes de que lo Simbólico nos quitara el aliento y lo reapropiara en el lenguaje bajo su autoridad de separación. La Visitación más profunda, más antigua y más amorosa. En toda mujer, el primero, el amor sin nombre está cantando.// En la mujer hay siempre, más o menos, algo de 'la madre' reparando y alimentando, resistiendo a la separación, una fuerza que no se deja cercenar...". Hélène Cixous. "Sorties: Out and Out: Attacks/Ways Out/Forays" en Hélène Cixous and Catherine Clément. The Newly Born Woman, tr. Betsy Wing. Minneapolis. University of Minnesota Press, 1986, p. 93.

56. Eliana Ortega. "Amada amante: discurso femenil de Gabriela Mistral"; y Alberto Sandoval. "Hacia una lectura del cuerpo de mujer", ambos artículos en Una palabra cómplice..., 41-45 y 47-57 respectivamente.

57. De una carta de Mistral a Ismael Edwards Matte. Incluida en el prólogo de éste, "Gabriela Mistral. Poesía y periodismo", a Antología. Santiago de Chile. Zig-Zag, 1941, p. 8.