LA PROSA DE GABRIELA MISTRAL,
O UNA VERDADERA JOYA DESCONOCIDA

Por Marie-Lise Gazartan-Gautier
St. johns University
Jamaica, New York

Gabriela Mistral murió hace ya treinta y tres años.  Estoy recordándola, alta, majestuosa, a la vez humilde y altiva, acariciando y arrullando con su mirada y su voz de profeta de América todo lo que la rodeaba.  Que viviese en Lisboa, Madrid, México, Nueva York, Petrópolis, Rápallo o el sur de Francia, el aire que respiraba y el lenguaje que hablaba eran los del continente americano; sus pensamientos giraban en torno a su gente, sus pueblos, su flora, su fauna.

Gabriela era la voz de América, la cantadora de sus mares y de sus montañas, la que sabía dialogar con cada uno de los pliegues de la Cordillera de los Andes, que había probado sus frutas y congeniado con ellas desde Puerto Rico hasta la Tierra del Fuego.

Los dichosos como yo que la visitábamos cada fin de semana, y que casi convivimos con ella, no podemos olvidarnos nunca del encanto de sus conversaciones que se volvían monólogos y hacía que todo alrededor suyo se transformara en algo especial, algo divinizado.  La mesa se volvía árbol; el árbol, Padre o Amado; el pan, hostia; todo cobraba un valor íntimo, maravillosamente personal.  Oírla hablar era como hacer un viaje a Monte Grande, el pequeño pueblo del Valle de Elqui, encaramado en la Cordillera de los Andes, donde hoy reposa y al que estaba tan apegada durante su vida, como si fuera un paraíso terrenal.

Su prosa, no cabe duda, es lo que más se acerca a su manera de hablar y su modo de ser.  Refleja sus preocupaciones sociales y educacionales, sus gustos literarios y artísticos y, por encima de todo, su concepto de la belleza, con raíces profundamente bíblicas.  A lo largo de su vida demuestra una hermandad con escritores que, como ella, sienten esa misma inquietud y preocupación por la humanidad.  Es preciso poner de relieve la afinidad con Chocano, Dante, Darío, Maritain, Martí, Nervo, Rodó, Romain Rolland, Tagore y Tolstoi.  Mujer del siglo veinte, encuentra en la Edad Media y en los Evangelios las cualidades espirituales que necesita para encaminarse hacia la obra.

Poco se ha escrito sobre la prosa de Gabriela Mistral y, sin embargo, aquella obra que durante tanto tiempo anduvo diseminada por el mundo en periódicos y revistas es tan valiosa como su poesía.  Recuerdo que Luis Alberto Sánchez, el antiguo Vicepresidente de la República del Perú, solía decirme, cuando era mi profesor en Columbia University, que para él aquella obra menos conocida de la poetisa chilena era una verdadera joya.

Se puede dividir la prosa de Gabriela Mistral en tres etapas, con la excepción de la prosa epistolar que abarca todas las épocas y representa una fuente inagotable de riqueza.  La primera corresponde a los años 1904-192 1; la segunda, a los años 1922-1934; y la tercera va de 1935 a 1957, año de su muerte.

La primera etapa, compuesta de prosa poética y de poemas en prosa, tiene un propósito pedagógico y brota de una fuente sumamente religiosa.  En ella se ve una fuerte influencia bíblica del Antiguo y Nuevo Testamento.  Ya en esa época inicial de creación empieza a ejercer sobre sí misma una estricta autodisciplina y vuelve sobre la obra cuantas veces le parece necesario, puliéndola, en un afán de perfección mística.  Esa costumbre iba a durarle toda la vida.  Muy a menudo cuando yo la visitaba la encontraba con un lápiz azul en la mano, corrigiendo libros publicados hace años.  Hay, por ejemplo, cuatro variantes de "La defensa de la belleza", publicada inicialmente en Elegancias, en 1913, y que luego aparece en su libro Desolación, en 1922, bajo el título de "Por qué las rosas tienen espinas".

El poema en prosa estaba muy en boga a principios de siglo y a Gabriela le atraía ese género.  Años más tarde iba a confiar, con la gran humildad que la caracterizaba, que había escogido esa forma "por pereza porque... exige menor esfuerzo y disciplina que el verso 1

Los trabajos de aquella primera época empezaron a difundirse en varios periódicos y revistas, a partir de las fechas aquí citadas: La Idea, La Serena (1909); Elegancias, París (1913); Nueva Luz, Zig-Zag y Revista de Educación Nacional, tres publicaciones de Santiago (1914); y Libros de lectura escolar (1916-1917), una colección de textos reunidos por Manuel Guzmán Maturana.

La segunda etapa empieza en 1922, año en que se publica en Nueva York, bajo los auspicios del Instituto Hispánico de Columbia University, su primer libro, Desolación.  En aquel mismo año, Gabriela Mistral emprende una serie de viajes, primero a México, donde la llama José Vasconcelos para colaborar con él en la reforma educativa de su país; luego a los Estados Unidos y a Europa.  Durante su estancia en México, aparece en 1923 su segundo libro, Lecturas para mujeres, una antología de los más valiosos escritores del mundo, con enfoque especial en lo hispanoamericano, recopilada por la poetisa chilena para la primera escuela mexicana que lleva su nombre; entre aquellos textos incluye una selección de su propia poesía y de su prosa.  Afirma que el deber del escritor es saber despertar en la juventud el amor y respeto por la familia y la patria.

A su regreso a Chile en 1925, ya como figura de amplitud internacional, sueña, sin embargo, con tener una escuela en aquel Valle de Elqui, al que tanto quería y extrañaba, y volver a ser maestra rural.  Pero bien diferente iba a ser su destino.  En 1926, el gobierno chileno la nombra representante de su país en el Instituto de Cooperación Intelectual, organización dependiente de la Sociedad de las Naciones, con sede en París.  En 1932, ingresa en el servicio diplomático con el cargo de cónsul.

Gabriela, como Santa Teresa de Ávila, se convierte en una viajera infatigable, dándose el apodo de "Patiloca".  Descubre nuevos paisajes y busca en ellos el gesto y el pálpito del subsuelo americano, al que conoce en su más diminuto detalle.  Escribe: "Otra forma de patriotismo que nos falta cultivar es ésta de ir pintando con filial ternura, sierra a sierra y río a río la tierra de milagro sobre la cual caminamos 2. por dondequiera que ejerza su puesto de cónsul, todo viajante encuentra en ella una amiga y en el consulado de Chile un hogar.

Como corresponsal de El Mercurio de Santiago, la poetisa y diplomática manda desde Europa y desde los Estados Unidos artículos con el propósito de informar, pero suele dar a esos reportajes una estampa poética.  Escribe sobre reformas educativas y agrarias, sobre feminismo y la defensa de la mujer y de los niños; exalta las grandes voces de América como Bolívar, Darío, Martí, Sarmiento; realiza entrevistas con escritores latinoamericanos que viven en París o viajan por Europa, como los hermanos García Calderón, Teresa de la Parra, Alfonso Reyes, Alfonsina Storni y José Vasconcelos, y divulga sus obras; también escribe sobre autores españoles, como, por ejemplo, Carmen Conde y Miguel de Unamuno; sobre franceses como Georges Duhamel, Frédéric Mistral, Charles Péguy y Romain Rolland; sobre indios como jagadis Chandra, Krishnamurti y Rabindranath Tagore; sobre italianos como Giovanni Papini; sobre suecos como Selma Lagerióf; sobre rusos como Gorki y Tolstoi.

Pero la prosa puramente poética, aunque forme parte del mismo impulso de enseñar, es la que tiene como propósito estimular el espiritu y levantar el alma.  Bajo los títulos de "Elogios", "Estampas", "Motivos", "Oficios" y "Semblantes", la escritora chilena alaba las figu­ras humildes que se compenetran con el verdadero sentido de la vocación, tales como los santos conocidos, y no tan conocidos, y los pequeños artesanos.  También hace un elogio de los animales como la alpaca, el faisán y la gacela y de las materias como el agua, la ceniza, el cristal, el fuego y la pizarra.  Con sus crónicas de viaje traza una geografía caminada de las regiones en que vive o por las cuales pasa, atraída por su gente y clima: Castilla, Liguria, Provenza y, dentro de su propia América, las Antillas, Argentina, Chile, de sur a norte, Ecuador, México, El Salvador y Perú.

Es preciso señalar la belleza del lenguaje con que Gabriela se expresa cuando entabla unos diálogos con los santos en sus "vidas" dedicadas a ellos.  Habla con el Cura de Ars, San Francisco de Asís, San Vicente de Paúl, Santa Teresa de Ávila y Santa Teresa de Lisieux como si fueran amigos suyos con quienes se encontrara a diario y discutiera los temas que más les atañen.  Con Santa Teresa de Ávila, por ejemplo, intercambia sus ideas sobre la grandeza y discreción de la gracia divina en el arte de escribir y la necesidad de pulir la obra.  En cada una de esas páginas resalta la personalidad profundamente cristiana de la poetisa.

Años han pasado desde que leí por primera vez el encuentro imaginario que tiene la poetisa chilena con la santa de Ávila, en un peregrinaje por la tierra árida de Castilla, en 1925.  Tan fuerte fue el impacto de aquella lectura sobre mí que, cuando se celebró en España en 1982 el cuarto centenario de la Santa, me imaginé otro encuentro entre aquellas dos grandes mujeres, donde yo me hacía testigo silencioso de aquel primer diálogo mágico. Y así terminaba mi ponencia leída en la capilla de un convento fundado en Pastrana por Santa Teresa: "Ha llegado el momento doloroso de la despedida.  Bajo lentamente de la montaña, pero con cada paso miro hacia atrás y veo todavía allá en la cumbre a mis dos andariegas, con la cara bañada de luz. ¿Serán los rayos del sol de Castilla, serán los rayos del sol del amanecer andino, o será la luz divina?, me pregunto yo.  Me siento como si hubiera estado suspendida entre el cielo y la tierra, en un espacio de tiempo sin medir" . Se ha escrito mucho acerca del lenguaje parecido de ambas mujeres, almas gemelas entregadas a Dios.

Otro hermano del alma es, sin lugar a duda, San Francisco de Asís, su santo favorito. Esa pasión por él la lleva a ingresar en la Orden Terciaria, y con el cordón franciscano está enterrada.  En San Francisco encuentra la humildad del que sabe conversar con las flores y los animales, despreciando las vanidades humanas.  Empieza a escribir los "Motivos de San Francisco", en 1923, en México y los termina en Europa, en 1926.  Pero no llega a dedicarle un "librito", como lo deseaba, para su centenario que se lleva a cabo en 1927.  En sus artículos alaba el cuerpo del santo, sus manos, sus cabellos, su cara, sus ojos, sus labios, su voz, y hasta el cordón que le ciñe la cintura: "¿Cómo será el cuerpo de San Francisco? Dicen que de fino parecía que pudiera dispersarlo el viento.  Echaba poca sombra;... apenas echaba sombra el Pobrecillo" 4.  Años más tarde, en un poema dedicado a su propia madre, la poetisa se expresa en términos casi idénticos: "Mi madre era pequeñita / como la menta o la hierba; / apenas echaba sombra / sobre las cosas, apenas..."5. Del cordón de San Francisco escribe: "El cordón de tu sayal, Francisco, es el brazo del Señor que va de tu costado a su costado. ...Poco a poco yo me voy haciendo un cintillo semejante en torno mío.  Eres tú la ceñidura que va cuajando con lentitud.  Todavía no es perfecta.  Ayúdame a cerrarla con tu mano hábil en ataduras"6.

Las mejores páginas de la escritora chilena son las que encuentran en lo divino un motivo de inspiración y que dan a lo espiritual una forma física, el alma cobra cuerpo, se vuelve tangible, ve en la Virgen María la sonrisa de su madre; pero también son las páginas que se refieren a lo humano, a lo común y corriente y que ella logra sublimar.  Tanto "La Oración del estudiante a la Gracia" como "La Oración de la Maestra" reflejan esa convivencia diaria con Dios sin Quien no sabría vivir: "Yo te invoco, Señor, Dueño de la Gracia, al empezar mi trabajo.  Entre Ella en mi aposento cerrado, y ponga sus manos sobre mí” 7.

Leer esos textos tan íntimamente suyos es como llegar a conocer a Gabriela.  Otros que de igual manera señalan sus convicciones y sus rasgos más entrañables, y que yo personalmente encuentro hermosísimos, son "Silueta de Sor Juana Inés de la Cruz" y "La Estatua de la Libertad".  En el primero, cuenta como llega a querer a Sor Juana cuando ésta se desprende de sus libros y de sus estudios para dedicarse al cuidado de sus hermanas enfermas: "...admirable la monja docta, pero grande por sobre todas, la monja que, liberada de la vanidad intelectual, olvida fama y letrillas, y sobre la cara de los pestosos, recoge el soplo de la muerte.  Y muere vuelta a su Cristo como a la suma belleza y a la apaciguadora Verdad 8

En el segundo, confiesa que quisiera despojarse de todo adorno moderno en un afán de sencillez y andar envuelta en una túnica como si viviera en la época de Cristo.  Mira con envidia a la Estatua de la Libertad porque lleva puesto un largo manto cargado de pliegues.  A Gabriela siempre le gustó el uso de vestidos largos y de una capa amplia.

Durante aquella etapa periodística como corresponsal de El Mercurio de Santiago, escribe también para otras publicaciones de magnitud internacional: Repertorio Americano, San José, Costa Rica; El Diario Ilustrado, Santiago; Revue de l'Amérique Latine, París; y Nueva Democracia, Nueva York.  Además colabora en El Boletín de la Unión Panamericana, Washington (1924); Atenea, Santiago y El Mercurio, Antofagasta (1925); Universal, México (1926); El Tiempo, Bogotá (1928); ABC, Madrid, Universal, Caracas y La Nación, Buenos Aires (1960), a partir de las fechas indicadas.

En la tercera etapa, Gabriela sigue colaborando con los periódicos y revistas ya mencionados en este breve recorrido de su prosa.  Pero también empieza a escribir para Anales de la Universidad de Chile, Santiago (1934); El Sol, Madrid (1935); Sur, Buenos Aires (1936); Revista Hispánica Moderna, Nueva York (1937); Revista Bimestre Cubana, La Habana y La Voz, Madrid (1938); Estudios, Santiago (1940); Boletín del Instituto Nacional, Santiago (1 942); Revista de América, publicación de El Tiempo, Bogotá (1 945); La Nación, Santiago y La Prensa, Buenos Aires, (1946).

En respuesta a una petición firmada por escritores como Unamuno, Ferrero, Duhamel y Maeterlinck, el Presidente de la República de Chile Arturo Alessandri Palma crea en 1935 una ley especial por la cual nombra a Gabriela Mistral cónsul vitalicio.  Ese gesto, que le proporciona una seguridad económica tan necesitada y merecida, pone fin a los momentos de estrechez que había tenido que soportar.  Durante una larga temporada, los artículos que escribía y las conferencias que dictaba fueron su única manera de ganarse la vida.

Desde Italia, España, Portugal, Brasil y los Estados Unidos donde reside y desempeña su cargo de cónsul, Gabriela siente personalmente las tragedias que destrozan a la humanidad: la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial y también vive su propia tragedia en la muerte violenta a los diecisiete años de su único sobrino Juan Miguel, en 1943.  Se preocupa con ternura por la condición en que se encuentran los niños huérfanos como resultado de la Guerra Civil y les entrega ayuda económica por medio de la publicación de su libro Tala.  Gracias a la generosidad de Victoria Ocampo, la propietaria de la Editorial Sur y amiga entrañable de todos los escritores, ese amparo financiero que les brinda se hace posible.  Con esas palabras, parecidas a las de una madre a sus hijos, dice: "Tomen ellos el pobre libro de su Gabriela, que es una mestiza de vasco, y se lave Talca de su miseria esencial por este ademán de servir, de ser únicamente el criado de mi amor hacia la sangre inocente de España, que va y viene por la Penínsu­la y por Europa entera "9

La escritora se dedica a la poesía pero sigue mandando de cualquier lugar donde esté informes sobre reformas pedagógicas y agrarias; apoya las causas de los oprimidos -entre ellas, la de los judíos- y llega a ser una defensora incondicional de la paz; recomienda libros que acaba de leer; y alaba la lengua castellana y a los que saben hacer alarde de ella.  Pero además desarrolla un nuevo género, tanto en poesía como en prosa, al que llama recado.  Se adueña de aquella antigua y popular forma de expresión oral y le da un nuevo vigor al estilizarla en un mensaje escrito.  El recado parece desprenderse del mundo mágico de sus conversaciones y gozar de la misma chispa luminosa.

A Gabriela lo que primero le fascinaba en una persona era la calidad de la voz y el don de la palabra, el saber contar cuentos y nombrar las cosas.  De su propia madre había aprendido a mentar los nombres de cada flor y cada planta, cuando de pequeña la llevaba de la mano a conocer su valle.  Y durante toda la vida solía preguntar a los que venían a visitarla por el nombre de una planta o de algún animal que se le había borrado por un momento de la mente y que le hacía falta para animar su prosa o su poesía.

Sin embargo nunca se dio cuenta de ese don de la palabra que ejercía sobre los demás y del círculo mágico que se ceñía a su alrededor.  Pero sí sabía valorar esas cualidades en los demás.  Así exalta, entre las voces que más admiraba, la de José Martí y añora el no haber podido disfrutar de ella nunca: "Yo llegué tarde a su fiesta y una de las pérdidas de este mundo será siempre la de no haber escuchado a Martí.  Amigos suyos me han hablado de su voz, pero en esto cualquier información se queda manca.  Debe haber tenido gracia de voz, si creemos a los yoghis que las vísceras mansas hacen dulce la voz" 10.

Entre los muchos recados que escribe, resaltan aquellos en que se detiene ante la belleza del mundo americano, como por ejemplo: "Recado a Monte Grande", "Recado sobre la alameda chilena", "Recado sobre la chinchilla andina", "Recado sobre el copihue chileno", "Recado sobre la Cordillera", "Recado sobre las islas", "Recado sobre Michoacán", "Recado sobre un mito americano: El 'Caleuche' de Chile" y "Recado sobre Quetzalcóatl".

En una prosa, tan personal como su poesía, evoca la fuerza que a veces ejerce el mar o la montaña sobre ella, como si estuviera hablando del amor que un hijo siente por un padre o una madre y que fluctúa según los sentimientos de cada momento.  Dice en "Marineros chilenos": "Los contadores de pueblos suelen darnos a la Centaura de piedra como nuestra pedagoga única.  Yo soy de los que creen que es el Gran Tritón quién más puede y obra sobre nosotros..."' 11. Pero en otra parte, escribe: "Las bellezas de la montaña resultan muchísimo más variadas que las del mar.  Corre por el planeta el lugar común de la ‘monotonía de la montaña' y no hay tal: ella cuenta, como la iglesia sus fiestas jerárquicas, medianas, grandes y menudas solemnidades, algunas realmente sobrenaturales"12. A veces el mar es el que sale ganando, a veces es la montaña, con cada una de sus piedras, pero también puede ser el valle, con sus flores y árboles o la llanura con su trigo, al que califica de "cereal Santo".  En todo instante personifica a la naturaleza, suaviza sus facciones y le da una presencia divina.

Cuando en 1945 recibe el primer Premio Nobel de Literatura de su continente, lo acepta en nombre de Hispanoamérica; cuando el Papa Pío XII le concede una audiencia, le ruega que rece por los indios de América; y cuando se le otorga en Chile el Premio Nacional de Literatura en 1951, pide que el importe de aquel galardón sea repartido entre los niños de su Valle.

La poetisa / periodista / diplomática es ante todo una maestra rural que cuida del porvenir de su pueblo como si fuera la madre de veintiún hijos.  Se empeña en que cada uno lea lo mejor de América y de España, sin olvidarse de los clásicos y de los grandes escritores europeos y norteamericanos, y que aprenda a respetar el idioma como si se tratara de un amigo.  Quiere que la juventud conozca el hechizo de la lectura y, en un mensaje leído en la inauguración de una biblioteca veracruzana en 1950, compara esa dicha a "un vivero de plantas frutales", "un lindo coro de voces" y "un pequeño campo de guerrillas".  Dice: "Las bibliotecas que yo más quiero son las provinciales, porque fui niña de aldea y en ellas me viví juntas a la hambruna y la avidez de libros" . 13

A partir de 1953, Gabriela Mistral representa a Chile en el séptimo y octavo períodos de sesiones de la Comisión de la Condición jurídica y Social de la Mujer de las Naciones Unidas.  Uno de sus últimos discursos fue el que se leyó el 10 de diciembre de 1955 con motivo del séptimo aniversario de la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.  Así se expresa ella: "...En ninguna página sagrada hay algo que se parezca al privilegio y aún menos a la discriminación: dos cosas que rebajan y ofenden al hijo del hombre" 14 . Entre sus amistades contaba con la del entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld, otro gran defensor de la paz.

En los últimos años de su vida, Gabriela escribe pocas páginas en prosa.  Se entretiene elaborando un largo poema narrativo, su Poema de Chile, en el que canta en un diálogo íntimo la geografía de su tierra.  Pero también se recrea escribiendo cartas y encuentra solaz en ese modo de comunicación.  Su prosa epistolar es uno de los testimonios más auténticos de su personalidad y tal vez el que más se acerca al mundo mágico de sus conversaciones.  Abarca las tres etapas de su producción literaria, desde su primera carta a Rubén Darío en 1912, firmada Lucila Godoy, en la que insiste en la autenticidad de su obra ("a saber, un cuento original, mui mío, i unos versos, propios en absoluto") 15 , hasta tal vez la última que firmó poco antes de su muerte. Recuerdo que una tarde, cuando la visitaba en el Hempstead General Hospital, presencié una conversación entre Gabriela y Germán Arciniegas, el escritor colombiano, amigo suyo y mío, en que él le pedía que pusiera su firma a un manifiesto en defensa de la revolución húngara.  Y ella inmediatamente asintió porque quería que con su nombre se hiciera más fuerte la lucha por la paz.

La correspondencia que lleva a lo largo de la vida es abundante y variada.  Consiste en cartas dirigidas a amigos, y publicadas por ellos o por estudiosos de su obra; cartas a colegas durante sus años como educadora y diplomática; y unas cartas abiertas escritas especialmente para la publicación en periódicos y revistas.  Muchas de ellas forman un borrador donde se traza su obra, un lienzo donde teje poco a poco trozos de prosa poética, críticas literarias, entrevistas e informes; piedra de la cual brota aspereza y ternura, humor y lecciones.

De toda su prosa epistolar se destaca un gran sentido de humildad y una sensibilidad religiosa y maternal en su visión poética del mundo.  Así escribe Gabriela en 1929 a Benjamín Carrión: "Muchos juicios he escrito y algunos me los han celebrado, pero yo sé bien que aquello no era crítica ni cosa parecida, sino pura sensación, una sensación casi física que me da a mí la lectura; eso, y no una arquitectura intelectual de la obra leída.  Yo tengo poca mente; tengo sentidos e imaginación, que sobran al crítico" 16. También escribe en una carta abierta a Norberto Pinilla, en 1941, en que hace referencias a su libro sobre ella: "Permítame servirle de alguna cosa en asuntos que no sean mi propia persona, que usted ha abultado, seguramente por la mala cosa que se llama nacionalismo" 17. Y en una carta a Augusto Arias, en 1937, acerca de su libro sobre Espejo, le da el siguiente consejo con toda confianza y cariño: "Yo le miro por encima de mi cabeza, en cuanto ha bien vivido y ha bien trabajado y bien arribado. ...Me temo una cosa: el que Ud. se nos vaya hacia la erudición.  Qué así no sea: se nos empalaría o volvería inhumano....... 18. Otra recomendación que le hace a Teresa María Llona y, que en muchas oportunidades me repite a mí, es el enfocar el estudio de los clásicos: "Yo quiero que leas muchos clásicos y que estos a tí como a mí te amenguen de cuajo el romanticismo. ¿Oyes?  Comienza por Sófocles.  Sigue con Esquilo.  Hay pasión tremenda en ellos, pero dentro de la brasa un eterno sosiego.  Yo necesito saberte anclada o clavada en las esencias del mundo y de la vida.  Las esencia, -las resinas- arden y están quietas.  Así hay que rezar, que ver al prójimo, escribir y vivir. ..."19

Ese tono íntimo conversacional que destaca en su correspondencia nos hace partícipes de su vida; es como si Gabriela estuviera charlando con nosotros de viva voz, contándonos con quién ha estado hablando, qué libro acaba de leer, y qué poema o artículo la está cautivando.  Aquellas cartas escritas a mano, con una letra generosa, la mayoría sin fecha, son como diálogos interrumpidos que había estado sosteniendo con amigos o, monólogos consigo misma, y que sigue de una manera espontánea con la persona con quien se cartea.

Vendría al caso, como colofón a este breve estudio, volver a repetir que la prosa y la poesía que cultivó Gabriela Mistral son dos formas paralelas de su arte.  Al releer su obra tanto en prosa como en verso me doy cuenta de que son ramas de un mismo árbol, dos manos extendidas hacia el mismo ideal y que me llaman para que evoque su recuerdo.  Reflejan con la misma intensidad la personalidad noble y tierna y a la vez brusca y sincera de aquella gran mujer chilena que sin ser madre supo ser la de su continente.  Una voz tallada en la piedra de la Cordillera, bañada de su luz andina y purificada en las aguas de las mares y de los ríos.

Víctor Andrés Belaúnde, el antiguo colega de Gabriela Mistral en la Sociedad de las Naciones y luego Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, honró su memoria interrumpiendo la sesión de la Asamblea, con las siguientes palabras: "Tan bella fue su prosa como su forma poética.  Quizás pudo decirse de ella lo que se afirmó de Valéry: que si su poesía era de oro, su prosa fue de diamante.  Sentimiento del misterio, amor cristiano, actitud maternal de la mujer, culto de las formas puras y castizas del idioma, amor de una América solidaria, unida a sus raíces hispanas y latinas.

En Revista de Literatura Chilena, Nº 36, noviembre 1990. Departamento de Literatura, Universidad de Chile.

 

Notas

1. Palma Guillén, "La varía poesía de Gabriela Mistral", El Nacional (México), 25 diciembre, 1949, p. 2.

2. Gabriela Mistral, Lecturas para mujeres.  México: Secretaría de Educación, 1923, p. 11.

3. Marie-Lise Gazarian-Gautier, "El encuentro de Gabriela Mistral con su Santa Teresa", en Manuel Criado de Val, Santa Teresa y la literatura mística hispánica.  Madrid: Edi-6, S.A., 1984, p. 727.

4. Gabriela Mistral, "Motivos de San Francisco", en Páginas en prosa.  Buenos Aires: Editorial Kapelusz, 1962, p. 29.

5. Gabriela Mistral, "Madre mía", Lagar.  Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, 1954, P. 119.

6. Gabriela Mistral, "Motivos de San Francisco", en Páginas en prosa. pp. 48-49.

7. Gabriela Mistral, "La Oración del estudiante a la Gracia", Repertorio Americano (San José de Costa Rica),VIII, N" 9, mayo de 1924, p. 129.

8. Gabriela Mistral, "Silueta de Sor Juana Inés de la Cruz", El Mercurio (Santiago de Chile), 16 de septiembre de 1923.

9.  Gabriela Mistral, "Razón de este libro", Tala.  Editorial Sur, 1938.

10. Gabriela Mistral, "Los 'Versos Sencillos' de José Martí”, Revista Bimestre Cubana (La Habana), LIX, marzo-junio 1938.

11. Gabriela Mistral, "Marineros chilenos", El Nacional (México), 20 de septiembre de 1950.

12.  Gabriela Mistral,"Recado sobre la Cordillera", Repertorio Americano (San José, Costa Rica), XXXVII, 14 de septiembre de 1940, p. 290.

13. Gabriela Mistral, "Inauguración de una biblioteca veracruzana", Repertorio Americano (San José, Costa Rica), XLVI, 10 de mayo de 1950.

14. Mensaje de Gabriera Mistral en ocasión del aniversario de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de las Naciones Unidas, 10 de diciembre de 1955.

15. Carta de Gabriela Mistral a Rubén Darío, en Antonio Oliver Belmás, Este otro Rubén Darío.  Barcelona: Editorial Aedos, 1960, p. 122.

16. Carta de Gabriela Mistral a Benjamín Carrión, Santa Gabriela Mistral.  Quito: Editorial Casa de la Cultura, 1956, p. 144.

17. Carta abierta de Gabriela Mistral a Norberto Pinilla sobre la “Biografía de Gabriela Mistral”, Repertorio Americano (San José, Costa Rica), XXXVIII, 4 de enero de 1941, p. 8.

18. Gabriela Mistral, “Más sobre el ‘Espejo de Augusto Arias” Repertorio Americano (San José, Costa Rica), 31 de julio de 1937, p. 58.

19. Carta de Gabriela Mistral a Teresa María Liona, Nusta, Revista Femenina Peruana (Lima), Nº 7, enero de 1958, p. 28.

20. Asamblea ONU interrumpe sesión para honrar la memoria de Gabriela Mistral, el 10 de enero de 1957.  Documentos oficiales de la Asamblea General, XI período de sesiones plenarias, sesión 635.