Apuntes para (re) visar una biografía

Raquel Olea

Gabriela Mistral. Premio Nobel en delantal de maestra. Ambivalente en su presencia/ausencia del imaginario nacional. Presente en monumentos de plazas y en billetes; ausente por largo exilio voluntario, por la parcial y restringida constitución de su imagen y significación literaria.

Sus aniversarios y fechas memorables, re-visan vida y obra contribuyendo a la inscripción pública de su memoria en la nuestra, para otorgarle ese lugar justo que aún no encuentra en nuestra historia, como imagen pública femenina, como poeta y ensayista. Como pensadora.

A medio siglo de su máxima institucionalización, el premio Nobel de literatura, su biografía y su obra vuelve a ser visada y revisada por múltiples asignaciones. Gabriela pública y secreta, la visa Volodia Teitelboim. Rebelde y magnífica, la timbra Matilde Ladrón de Guevara. Divina Gabriela, la declaró Virgilio Figueroa. “Una mujer nada de tonta”, dijo de ella R. E. Scarpa. ¿Qué puede hacer un pobre hombre frente a una mujer genial? fue la pregunta que dejó instalada Patricio Marchant, calificándola simultáneamente de “vieja sabia”.

Las nominaciones reconfirman la voluntad política de fijar una imagen tránsfuga, inasible, contradictoria, “No hay poetas mistralianos. Las sucesivas generaciones de poetas chilenos nombran a Neruda, por supuesto; a Huidobro, a Parra, a Lihn, a Teiller; no a Gabriela”, escribió Adriana Valdés en 1989, con motivo del centenario de su nacimiento.

Gabriela Mistral no es modelo para la construcción de un femenino nacional; ni de poeta, ni de mujer.

Ni virgen, ni madre. ¿Dónde ponerla en nuestro imaginario colectivo? “El razonable lugar en que debiera colocársela está por descubrirse junto con ella misma” dijo Enrique Lihn.

Pienso por el contrario que se ha consensuado en ella un lugar demasiado razonable, para una obra y una figura poética aún no revelada en su complejidad. Se ha llegado a un acuerdo que oculta, encubre lo que podría molestar, lo que podría revolver el orden que se desea preservar.

Gabriela Mistral, construida, desde algunas voluntades oficializantes como emblema, ícono femenino del dolor.

Sometida su memoria a una veneración pública, que esporádicamente la quita del silencio, Gabriela Mistral es sacada en andas en aniversarios diversos, dándole un paseo a su recuerdo, como en nostalgia de las viejas procesiones por las plazas de los pueblos, respondiendo a la necesidad de renovar el visado de una representación que resguarde la memoria de la más destacada figura femenina chilena; única imagen de mujer inscrita en el memorial de Chile.

Pasada la fecha recordatoria, la imagen vuelve al silencio, retorna al “nicho helado en que los hombres la pusieron”, en espera del próximo ritual de exhibición.

Interesa preguntarse si el espacio que construye y administra el ritual podrá revertir el mito ya fijado, podrá alterar su representación y operar modificaciones a la imagen que exhibe, contribuyendo con ello a una mayor y más amplia diseminación de su imagen, su figura, su obra. Interesa preguntar si los rituales celebratorios operan alguna posible re-conversión de la imagen mistraliana, movilizando significaciones literarias, culturales o si el estatismo de lo instituido impide la modificación. Esto, porque en la medida que cambian los contextos de recepción de las obras literarias se incorporan nuevas variables a la potencialidad de la lectura y se amplían los sentidos de los textos, contribuyendo a perpetuar su vigencia.

El Nobel, máxima oficialización de la obra de Gabriela Mistral, significó, para una autoexpatriada, como había sido la opción de la poeta, un retorno obligadamente glorioso de su nombre y su cuerpo a la historia de Chile. Significó operar su representación ejemplar, construirla como sujeto de identidad nacional, constituirla en figura emblemática, exponente permanente y recurrido de la patria.

Su figura, su vida en coherencia con su obra requeriría a partir de ese momento de un proyecto de construcción del símbolo.

Patrimonio nacional, Gabriela Mistral no podría quedar desasida de un discurso político, un discurso de género, un discurso cultural propio de idearios que en el soporte de su imagen le otorgara una función en el marco de la historia de Chile.

Su vida se vuelve entonces material de memoria pública que no podrá quedar fuera de los intereses de un discurso que propicie la constitución de un símbolo femenino; de una identidad de género modelo de mujer chilena.

Esta necesidad de inscripción de su nombre en los anales de la Historia construirá los significados de su biografía, y con ello se propiciarán lecturas y sentidos de su escritura.

La biografía, escritura que construye el relato de una vida, no es un hecho ajeno al gesto de invención que requiere toda construcción de una memoria. Memorial, en el significado de perpetuar la buena o la mala reputación de una existencia.

La biografía, construye un relato, que en el ordenamiento, selección, exclusión y relevancia de ciertas experiencias y acontecimientos de la vida narrada, le otorgan lugar y función en el imaginario social y cultural.

Hay un cúmulo de experiencias, acontecimientos, hechos, vínculos y relaciones humanas que pueden permitirnos conocer el recorrido de una vida. Otra cosa es cifrar una existencia con los signos que la denotan. Leer en lo tenue de ciertas huellas los indicios de una trama, es un modo de construir su impronta, su carácter único, la demarcación de su exclusiva diferencia; particularidad que articulada a la experiencia social le otorga singularidad y sentido de época a su existencia en el diseño de un lugar y una función única.

Me obligo entonces a la pregunta. ¿Cuáles son los signos con los que se ha construido la escritura de la vida Gabriela Mistral? ¿Cuáles otros no se han leído, quedando fuera de la trama de su vida? ¿Cómo incorporar hoy esos signos eludidos en la representación ya construida de la poeta (y de su poesía)? ¿Qué alteridad mistraliana podemos aún indagar?

El relato de la vida de Gabriela Mistral se ha construido máximamente con el signo del dolor. Dolor de una infancia desdichada. Dolor reiterado del abandono: del padre, del amado, del hijo adoptivo. Dolor de la maternidad frustrada. Dolor de la extranjera. Signo remarcado a partir de la valoración otorgada a experiencias concretas, señaladas por todos sus biógrafos y que tendrían su referencia en la poesía de Gabriela, dejando en evidencia esa marca constitutiva de su subjetividad. Signo que marca una existencia frustrada y tronchada por la insatisfacción de anhelos propios de la representación más tradicional de feminidad.

La inclusión de nuevos signos a la constitución de su imagen amplía esa escena de la lectura de su obra, que según Patricio Marchant la ha situado “en la mitología chilena, en la mitología popular, en la mitología literaria, –y esa forma de aparecer es la que nos interesa– como la madre por excelencia (en la mitología y no pocas veces en la mitología literaria, al lado y en competencia con la virgen María). Entendamos por qué madre por excelencia: ello en cuanto madre sin hijos. Pero entonces si existencia de una madre por excelencia, posibilidad que se abre, que el deseo abre, si el lugar del “verdadero hijo” aparece como vacío, de postularse como el verdadero hijo de la Mistral, resurgimiento –relación de transferencia– del deseo infantil de ser el verdadero hijo, el hijo único, el hijo más amado de la verdadera madre”.

Esta escena, que ha sido la escena tradicional de lectura de la obra de la Mistral, la ha dejado fijada a la función que el mito oficial ha construido en la interpretación de una vida signada por el dolor, dolor de la madre sin hijo; dolor de madre. Oficializada en esa exigencia materna, feminidad única que excluye otras, la de la errante, la desvariada, la que ella expandió en sus “Locas mujeres”: la abandonada, la ansiosa, la desvelada, la desasida, la dichosa, la fugitiva, la humillada, la fervorosa. No la mujer, sino las otras, que juegan y se desplazan al interior de una misma interioridad que se desliza y se desplaza entre la una y las otras. Marcada por un descalce con el modelo de feminidad establecido, de hecho, Gabriela Mistral no cumple con las exigencias de lo dominante a una imagen de mujer. Ni virgen, ni madre, ni esposa, ni bella, ni ortodoxa en el cumplimiento de sus deberes religiosos, sin aval de clase social sufrió castigo por el poder de muchos y muchas de sus contemporáneos. Pero el reconocimiento internacional que significó el premio Nobel no hubiera podido, a pesar de resistencias, haberla dejado fuera del discurso nacional. No ha sido ni por casualidad, ni por razones sólo literarias que el premio nacional le fue otorgado cinco años más tarde que el Nobel. Fue la resistencia de un discurso social a la aceptación en su memorial patrio de una mujer que no respondía a normativas de la feminidad, además no poseía el don de la complacencia.

Es por eso que una lectura oficializante y patriarcal encuentra en el signo del dolor un desvío posible para restituirla al ideario nacional en el símbolo de la “mater dolorosa”. El discurso del dolor por su propia feminidad irrealizada, la redime del lugar de la transgresión, que un discurso oficial no podría aceptar; de paso salvándose a sí mismo, en la incorporación de la primer Nobel latinoamericano, la primera, al sitial oficial que en ese registro la podría contener.

Operar una reconversión de su imagen pública, al menos ampliarla, podría ser posible a partir de una relectura de signos de su biografía, filiada en una producción de lo femenino que pluralice la imagen de mujer regimentada desde lo dominante.

Algunos de esos signos me propongo re-visar en esta oportunidad:

1. La escritura. Gabriela Mistral escritora

Gabriela Mistral representa la primera mujer profesional de la literatura en la historia de Chile.

La pregunta por la especificidad de la escritura de las mujeres a partir de la diferencia sexual como espacio de producción simbólica, negado por el discurso de la ley del padre tiene en lecturas y relecturas freudianas distintas variables teóricas. Escritura que puede significarse desde la carencia, el hueco, la falta otorgando a la escritura femenina el signo de su herida narcisista. Desde una mirada que refuta lo fálico, algunas psicoanalistas se preguntan por un lenguaje que emergería desde ese “sexo que no es uno” sino múltiple, diverso, abierto en su resistencia al orden logocéntrico.

Escritura que productivizaría lo materno en una representación no simbólica, en que la proposición de un lenguaje femenino se relevaría en la productividad de lo pre-edípico como espacio anterior a la ley del padre, maximizando el significante.

Otros lectores de la teoría psicoanalítica le otorgan a Mistral la escritura como sustitución en sí misma de la figura ausente del padre, situándola en el lugar de “reproductora atribulada de la autoridad masculina” (Rojo).

Sin embargo Mistral ha producido una obra de escritura plena de significados que aún espera lecturas desde la diferencia de un lenguaje estético único, exclusivo; de múltiples sentidos.

Mistral ingresa a la palabra, a la producción de signos desde el lado de lo femenino –con la experiencia de un posicionamiento minoritario de sexo, de clase, de provinciana y mestiza–, desde ahí irrumpe y rompe la ley del padre. Lugar que ella misma productiviza en el signo del desvarío: Mistral la desvariadora.

“En las lunas de la locura encontró reino de verdad” constituye uno de los versos más leídos de Gabriela Mistral para señalar su pasional relación con la escritura.

2. Mujer sola

La representación de la experiencia del dolor que, desde una determinada concepción de la mujer, la marca como abandonada e infértil designa su negatividad con la identidad más positiva respecto del signo social y cultural femenino, lo materno. La lectura que se ha hecho de sus sucesivas experiencias amorosas como un sino doloroso la relega en el lugar sin prestigio de la mujer sola, desposeída de una presencia patriarcal como aval o garante social y cultural.

Mistral es una mujer sola en un mundo patriarcal.
Su imaginario familiar se organiza fuera de los órdenes sociales regimentados, al margen de una figura masculina como imagen que la articule; “Mi padre se fue cuando todavía yo era pequeñita”. Pero todavía era Lucila Godoy. Más tarde, todavía adolescente renunciará al nombre del padre para autonominarse Gabriela Mistral, única, sin pasado ni futuro, autodesignándose una estirpe que terminará con ella misma: “y bendito mi vientre en que mi raza muere”.

Gabriela Mistral altera en todo la cadena de significaciones que organizan lo femenino ligada a imagen masculina. Padre ausente, mujer soltera, sin hijo, sus experiencias construyen una vida fuera de toda legalidad familiar.

Su imaginario afectivo se construirá necesariamente fuera del imperio de ese orden. De allí que su escritura de los destinos femeninos cruza los significantes de una máxima expectativa para trocarse en rencorosa venganza, o expresión frustrada frente al discurso amoroso instituido. “Todas íbamos a ser reinas” hace explotar ese discurso de la promesa del destino femenino: “cuatro esposos desposaríamos por el tiempo de desposar”, para más adelante escribir el desencanto de “Rosalía besó marino/ ya desposado con el mar”. “Soledad crió siete hermanos”. “Efigenia cruzó extranjero”. Destinos todos que enuncian el incumplimiento de la espera. La promesa no puede cumplirse. Al contrario, es la histeria lo que aguarda al destino femenino como sustituto al ofrecimiento de felicidad instituida en el orden patriarcal. Pero la escritura revertirá ese anuncio en la positivización de la locura que se simboliza con el signo de la producción escritural. Sólo Lucila “en las lunas de la locura/ recibió reino de verdad”.

El “Poema del hijo”, por su parte, pone en crisis el deseo/mandato femenino materno: “¡Un hijo, un hijo, un hijo! yo quise un hijo tuyo/ y mío allá en los días del éxtasis ardiente”. Escritura del deseo materno que la fuerza de las cosas multiplicará en escritura de la soledad femenina “No sembré por mi troje, no enseñé para hacerme un brazo con amor para la hora postrera”, también del rencor a la figura masculina: “cuarenta lunas él no durmiera en mi seno/ que sólo por ser tuyo me hubiera abandonado”.

Si Gabriela Mistral no ha tenido una figura paterna en su entorno, si un aspecto determinante de la constitución de su subjetividad femenina puede estar en la ausencia de la figura del padre y esta lectura ha comenzado a rendir fruto en movilizar otras propuestas de aproximación a su obra, sin destituir una lectura que piensa en la inamovilidad de las estructuras del inconsciente fijando la pulsión escritural sólo ligada a la función paterna, propongo también indagar en otras lecturas psicoanalíticas menos ortodoxas. Estas han hecho ingresar una pregunta por la constitución de la subjetividad de la mujer con la marca de un imaginario femenino, aun reconociendo la fuerza de la estructuración de un simbólico que liga lo paterno a la ley y el lenguaje. ¿Qué puede haber significado en la constitución de su particularidad femenina la relación de presencia sólo con mujeres en su infancia?

3. Entre mujeres

Gabriela Mistral vivió mayoritariamente entre mujeres. ¿Qué palabra es posible de articularse desde una asunción de palabra de mujer, simbolizada en la figura materna, no pensada como oposición al padre sino en su otredad mujer? ¿Es en la poesía de la Mistral lo materno sólo una función de lo reproductivo, portador de “esa tensión semántica que en el significado de lo sexual porta lo degradante de la madre latinoamericana violada”, como señala el crítico J. Guzmán?

Sabemos por sus biógrafos que Gabriela Mistral vivió entre mujeres desde su más temprana infancia. A su abuela se le ha asignado la función de introducirla en el conocimiento de la Biblia (letra del padre mediada por la voz de la madre). La representación de la figura materna en su escritura ocupa el lugar referencial de un centro afectivo. De su hermana Emelina se ha dicho que fue su maestra y educadora. Sus primeros dolores y humillaciones son provocados por sus compañeras de colegio y aquella directora de la escuela de Vicuña de cuya “ciega actitud” habla la propia Gabriela. Mujeres fueron asimismo aquellas señoras que la rechazaron por razones sociales, a su vez que la acusaron de socializante y poco ortodoxa en materias de dogma religioso. Gabriela Mistral vivió largos periodos de su vida con Laura Rodig, Palma Guillén o Doris Dana, quién la acompañó hasta el fin de sus días.

Su vida cotidiana, espacio de los afectos y de la intimidad está marcada por un mundo “mujeril”. Mundo en que se han jugado estructuras de poder en el reconocimiento de diferencias resignificando la simbólica del poder, no ya referido sólo a la figura paterna. Pactos, complicidades, diferencias, reconocimiento de jerarquías, heterogeneidad al interior de los posicionamientos de lo femenino que se relevan en los espacios de mujeres, son aspectos que una producción teórica feminista aporta como elemento configurador de identidad femenina. Un hálito de misterio semi-ominoso encubre el mundo de las relaciones femeninas de Mistral, como si ello contaminara la depurada representación que se ha construido de su vida.

No me interesa ingresar en las complejidades de su intimidad, sino con el interés de una pregunta teórica por la producción de un imaginario que desde la escritura podría fisurar las resistencias patriarcales de hacer ingresar a la mujer al espacio de la producción simbólica. Me detengo en la interrogante por un espacio de escritura que necesariamente convoca una colisión de lo social, la experiencia y sus simbolizaciones en el lenguaje poético, intentando hacer más compleja las afirmaciones que reproducen una estructuración estática en la constitución de la diferencia sexual.

Poemas como “La flor del aire” que Mistral ha querido llamar “mi aventura con la poesía” abren lecturas a esta dimensión de su obra. En él la gestación de la escritura se simboliza en la creación de un espacio sacralizado en que dos mujeres realizan un oficio de cuerpos en la creación de imágenes de sutil erotismo: “Al encontrarla, como siempre,/ a la mitad de la pradera,/ segunda vez yo fui cubriéndola,/ y la dejé como las eras”, “... con estas flores sin color/ ni blanquecinas ni bermejas,/ hasta mi entrega sobre el límite,/ cuando mi tiempo se disuelva”.

4. La que guarda secreto

“Debo haber llevado el aire distraído de los que guardan secreto” escribió Gabriela Mistral durante su estadía en la ciudad de Los Andes, entre 1912-1918, refiriéndose a una autopercepción de sí misma y su relación con quienes la rodeaban.

Gabriela atribuye su distanciamiento de los otros al hecho de poseer secreto. Pero no es sólo la posesión del secreto lo que la vuelve distraída, sino su relación con él, el hecho de “guardarlo”. El secreto mismo deja de ser lo relevante, lo que destaca es el gesto de guardar secreto. Guardar algo es protegerlo, preservarlo y reservarlo. Es también esconderlo y en ello transformarlo en objeto precioso, darle status preciado. El secreto en Mistral se torna tesoro.

Sus biógrafos han entregado como dato de su biografía la referencia a una experiencia dolorosa y terrible que desde su temprana infancia la habría marcado para siempre. Algunas de sus biografías presumen una violación sexual cuando aún era niña. Otras la confirman.

Para Mistral, escritora, trabajadora de la palabra, declararse guardadora de secreto es declarar que intencionadamente su escritura se guardará de un no decir. “Y yo, la distraída, la de oficio de silencio” dice en “Recado de las voces infantiles”.

Como lectores, este saber acerca de su obra abre a la lectura ese espacio de lo no dicho de su escritura.

Lectura que podría propiciar esa colisión que hace surgir la verdad que se esconde en la relación que abre lo experiencial con las formas de la producción estética. Poemas como “La extranjera”, “La ley del tesoro”, “La palabra”, “La copa”, propician lecturas acerca de este tópico.

En “Una palabra” Mistral habla de esa palabra que no dice y que la embarga.

“Yo tengo una palabra en la garganta/ y no la suelto y no me libro de ella/ aunque me empuje su empellón de sangre”.

El secreto de Mistral como experiencia de lo femenino posibilita la pregunta por su escritura no como sustitución de la función simbólica, ligada a lo paterno, proponiendo implícitamente otra escritura: si no masculina, al menos travestida y ¿por qué no femenina?

Su palabra, por el contrario, como expresión del secreto de la feminidad construye una escritura que porta el secreto de lo femenino que el propio Freud no pudo dilucidar: “si queréis saber más de la feminidad, preguntad a los poetas”.

Dice Sara Koffman “Puesto que la mujer no tiene derecho a la palabra sólo puede tener secreto, secretos de amor que la enferman, y esto es la histeria”: “En las lunas de la locura encontró reino de verdad”.

Gabriela Mistral, constituye la firma de una escritura autodesignante, al sustituir el nombre de su padre y (a)sumirse en la escritura como constitución de un sujeto de producción simbólica, propiamente escritural, deslegalizado del orden edípico, a la vez que preserva el secreto, signo de una feminidad que se produce en el gesto escritural, resistente al espacio del silencio reproductivo que le adjudicó la lectura patriarcal de las funciones sexuales.

Gabriela Mistral en su escritura fisura el binarismo excluyente con que se ha construido la oposición masculino/femenino, en la constitución de un sujeto de producción simbólica que habla desde el enigma de la sexualidad femenina. “Con el canto apasionado/ haremos caer las puertas” escribe Gabriela Mistral en el poema “Puertas”. Sintomáticamente Freud en Estudios sobre la histeria se esfuerza por dar fin a este “profundo silencio de las mujeres”, al que compara con “una puerta cerrada con cerrojo”.

5. La errante

Nómade y viajera Gabriela Mistral constituye un sujeto social plural y autodiseminado en distintas zonas geográficas y en múltiples funciones sociales. Errancia y heterogeneidad constituyen un signo de la experiencia biográfica de Mistral. Sujeto de diferencia femenina ésta se constituye por ausencia de las funciones reproductivas y máximamente sedentaria de la mujer chilena de esa época, ligada al espacio doméstico y a las funciones familiares.

La lectura del dato biográfico de su nomadismo no ha sido ingresada a la construcción de una sujeto que articule su función intelectual y su función política. Gabriela productora de lenguaje múltiple en lo genérico-literario. Poeta y ensayista, produce una sujeto escritural también múltiple en su pensamiento democrático, americanista, antimilitarista, diseminado en su producción textual. Articula asimismo un pensamiento de lo religioso y espiritual latinoamericano que resiste concepciones eclesiales dogmáticas que impiden formas de espiritualidad en otros registros, desconociendo incluso aquellas del sincretismo indígena-español.

Mistral representa un pensamiento y una práctica de lo femenino no articulada al modelo de su época, tampoco al proyecto social más conservador. Han sido las lecturas oficiales las que le han negado la singularidad que la deja fuera de los consensos con que las ideologías políticas y genéricas la han significado públicamente. Ella vivió una constante pugna que la marca en la ambivalencia y contradicción de un sujeto fuera de lugar, que no ha podido aún ser representado en su heterogeneidad en lo público chileno.

Sujeto de resistencia en su corporalidad y en su subjetividad. Tanto en la institucionalidad cultural y literaria como en el imaginario nacional.

Los poemas “El reparto”, “La otra” constituyen ese femenino heterogéneo y resistente al orden de la feminidad reproductora. Ella no puede ser la una, exigida y complacida por el mismo sistema que la habla y controla, tampoco la otra que se des-arma en el des-orden de lo anómalo y resistente a toda institucionalidad. Mistral se produce, tanto en su vida como en su obra, como una y otra, como la que en sus dobleces pudo advenir a la máxima institucionalidad del premio Nobel y permanecer en el afuera de los órdenes sociales y culturales que signan lo femenino: “Una en mí maté/ yo no la amaba” dice “La otra”, para reiterar en “El reparto”: “Repartida como hogaza/ y lanzada a sur o a norte/ no seré nunca más una”.