PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION
AL PUEBLO DE MEXICO

Pedro Prado


La veréis llegar y despertará en vosotros las oscuras nostalgias que hacen nacer las naves desconocidas al arribar a puerto; cuando pliegan las velas y, entre el susurro de las espumas, siguen avanzando como en un encantamiento lleno de majestad y ensueño.

Llegará recogido el cabello, lento el paso, el andar meciéndose en un dulce y grave ritmo.

Es una de esas naves, perladas de rocío, que vienen de las profundidades de la noche y emergen con el alba trayendo, al puerto que duerme, la luz del nuevo día.

Cuencos llenos del agua que la noche roba a las estrellas, claros, azules, verdes y grises, sus ojos brillan con el suave fulgor de un constante amanecer.

Tiene la boca rasgada por el dolor, y los extremos de sus labios caen vencidos como las alas de un ave cuando el ímpetu, del vuelo las desmaya.

La dulzura de su voz a nadie le es desconocida, en alguna parte créese haberla escuchado, pues, como a una amiga al oírla se le sonríe.

Ultimo eco de María de Nazareth, eco nacido en nuestras altas montañas, a ella también la invade el divino estupor de saberse la elegida; y sin que mano de hombre jamás la mancillara, es virgen y madre; ojos mortales nunca vieron a su hijo, pero todos hemos oído las canciones con que le arrulla.

¡La reconoceréis por la nobleza que despierta!  De todo su ser fluye una dulce y grata unción ¡oh! suave lluvia invisible, por donde pasas ablandas los duros terrones y, haces germinar las semillas ocultas que aguardan.

No hagáis ruido en torno de ella, porque anda en batalla de sencillez.

Feliz aquel que calla o niega triste por amor a las palabras justas, si algún día encuentra que para lograrlas, como yo ahora, debe emplear las cálidas voces del olvidado regocijo y de la perdida admiración.

Los taciturnos montañeses de mi país no la comprenden, pero la veneran y la siguen ¡oh! ingenua y clara ciencia.

La llamáis, y os la entregan; saben que es su mayor tesoro, y sonríen complacidos de ser su dueño.

Hoy al mar la confiamos, y para que la nostalgia no la oprima, buscaremos entre las aguas inciertas la gran corriente que viene del Sur y va hacia vuestras costas, logrando así que sean olas patrias las que escolten su barco, y durante el largo viaje en busca de su olvido y alegría, ¡canten!