OTRA LECTURA DE "LA OTRA"

Por Raquel Olea


Sabemos que el sentido de un texto o de una obra literaria se construye en la recepción.

Son las diferencias en la manera de leer las que determinan históricamente los cambios de una obra literaria. Como dice Jorge Luis Borges: "Una literatura difiere de otra ulterior o anterior menos por el texto que por la manera de ser leída".

La lectura es un acto de creación de sentidos, por parte del lector, que consiste en revisar el sentido provisorio de un texto, entendiendo que toda lectura es un acto de provocación. Leer es descubrir lo que un texto no enuncia, es develar el sentido de los silencios y de las palabras suprimidas, es revelar los sentidos de lo que el acto escrituras ha ocultado y perseguir la oposición habla/escritura como fenómeno subyacente a todo texto escrito; leer es revelar los órdenes jerárquicos que funcionan en el texto para descubrir los significados que las palabras no dicen y que pueden decir los silencios. La lectura así comprendida se constituye en otra escritura que propone, transgresoramente, la construcción de otro texto que subyace al texto leído y que lo sostiene.

Mi lectura propone, en este sentido, provocar el encuentro de un texto poético con el "otro" texto, producto de la lectura. Intento realizar una lectura del poema "La Otra" como un acto de indagación en los cambios que se producen en la recepción de un texto literario y relacionarlo con los cambios que paralelamente modifican las condiciones de la crítica; esto como un modo de contribuir a la perduración de la obra poética de Gabriela Mistral.

Lagar (1954) es el último libro publicado en vida de la poeta. Está dividido en trece secciones prologadas por el poema "La Otra" y cerradas por "El último árbol", a modo de epílogo.

"La Otra"

Una en mí maté
yo no la amaba

Era la flor llameando
del cactus de montaña;
era aridez y fuego:
nunca se refrescabas

Piedra y cielo tenía
a pies y a espaldas
y no bajaba nunca
a buscar "ojos de agua

Donde hacía su siesta,
las yerbas se enroscaban
de aliento de su boca
y brasa de su cara.

En rápidas resinas
se endurecía su habla,
por no caer en linda
presa soltada

Doblarse no sabía
la planta de montaña,
y al costado de ella, yo me doblaba.

La dejé que muriese,
robándole mi entraña.
Se acabó como el águila
que no es alimentada.

Sosegó el aletazo,
se dobló lacia,
y me cayó a la mano
su pavesa acabada...

Por ella todavía
me gimen sus hermanas,
y las gredas de fuego
al pasar me desgarran.

Cruzando yo les digo:
Buscad por las quebradas
y haced con las arcillas
otra águila abrasada

Si no podéis entonces,
¡ay! olvidadla.
Yo la maté. ¡Vosotras
también matadla!


Para efectos de análisis he dividido el poema en tres partes:

   1) El enunciado que rige la construcción del poema, consta de los dos primeros versos;

   2) versos 3-23, donde la otra habla definiendo a la una asesinada;

   3) versos 24-44, en que la escritura reivindica la imagen de la otra asesinada.

Una crítica escasa ha visto en "La Otra" la función única de prologar el conjunto de poemas que constituyen Lagar, es decir, de hacer un corte entre la producción anterior de la poeta y la que este libro representa. En ella la sujeto de esa escritura estaría refiriendo a su pasado, para negarlo: "La otra deja atrás el pasado de la mujer y la poetisa, su voz de Desolación y probablemente de Tala. Signada por un fuego autodestructivo la mujer era un "águila abrasada", dice Jaime Concha (1).

Por su parte, Femando Durán dice refiriéndose al poema "La Otra", "mira con todo a la otra como una imagen hostil de sí misma, de la que no quiere oír ni escuchar nada" (2). Contrariamente a estas afirmaciones que exilian de sí misma y de su historia a la sujeto que escribe los poemas de Lagar, una lectura que anula la jerarquía de la oposición La una/la otra, sobre la que se ha construido el poema, revela un sujeto, que en vez de negar su alteridad la asume, asumiendo también lo múltiple y lo diverso de su interioridad. "La Otra", innombrada. Desde el título (nombre que no nombra) la escritura de este poema plantea, como problema, la ausencia de un término necesario, aquél que construye la oposición a que "la otra" refiere. Es necesario señalar que cualquiera sea el término ausente, la otra como significante representa el término inferior de la oposición jerárquica; la otra permanecerá como significante suspendido en tanto no se defina el término al que se opone.

Refiriéndose al problema del otro, T. Todorov en su libro La Cuestión del Otro señala que el problema del otro puede referirse a un otro al que el yo, nosotros no pertenecemos: "ese grupo puede estar en el interior de la sociedad: las mujeres para los hombres, los ricos para los pobres, los locos para los normales o puede ser exterior a ella, es decir, otra sociedad que será según los casos cercana o lejana: seres que todo acerca a nosotros en el plano cultural moral histórico o bien desconocidos, extranjeros cuya lengua y costumbres no entiendo. Esta problemática del otro exterior es una de las categorías y variables del problema del otro, pero existe también un otro interior en uno mismo, que permite descubrir nuestra heterogeneidad y nuestras contradicciones de los diversos yo que nos conforman; el yo es otro y en yo hay también otros yo" (3). Todorov habla a partir de un sujeto masculino que despliega su discurso desde el centro cultural, Europa, para el cual el otro se constituye por todo aquél que está fuera de las categorías de sexo, espacio y cultura reconocidas como "Lo Uno". Desde la perspectiva del europeo, el no blanco, el indígena, representa al otro y por extensión, lo otro es todo lo que está fuera del orden simbólico y del sistema de normas de la cultura patriarcal de occidente; lo otro está fuera de la representación. La mujer no tiene cabida en el discurso del otro a que Todorov se refiere. Sin embargo, el uso femenino del término "La Otra", representa en nuestra cultura cotidiana el significante que altera el orden en el sistema de relaciones sexuales permitidas por la ideología religiosa que predomina en nuestro continente. En el sistema de normas morales imperantes, la otra adquiere sus significados en oposición con la esposa, legitimada por Dios y por la ley. La otra se integra semánticamente a la cadena de la amante, la querida, la prostituta, la no madre de los hijos, la conviviente, la concubina, etc. La otra es la mujer que rompe la relación dual y excluyente de los esposos, subvirtiendo el familiarismo instituido. La otra no tiene nombre, no es hablada ni representada; la otra configura la simbolización de lo prohibido. La propia Gabriela Mistral adhiere a este discurso de la otra, cuando en su "Balada" dice: "El pasó con otra / yo le vi pasar", para agregar luego "El besó a la otra", señalando en ello la legitimidad del lugar desde donde habla la sujeto que escribe el poema; similar representación se cumple en "Los sonetos de la muerte" en el verso en que la hablante se regocija del espacio en que habita su amado "porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna (de ninguna otra) / bajará a disputarme tu puñado de huesos". Ambos poemas forman parte de Desolación (1922). En el poema que nos (pre)ocupa, la hablante inicia el proceso de escritura como un enunciado en que la sujeto declara escuetamente una acción cometida en un momento anterior a la escritura, de la cual ella ha sido agente. La relación de causalidad aparece invertida siendo la causa del acto cometido el segundo término del enunciado: "Una en mí maté: /yo no la amaba". El primer término permite construir la oposición Una/Otra, que explicita quién habla en el poema: la una está en la sujeto que escribe, forma parte de ella, de su interioridad. La una ha sido muerta, la otra habla en el poema. Nos encontramos, entonces, frente a una sujeto que reconoce su dualidad y que declara por autogestión el asesinato de una parte de sí misma.

La otra habla de la una que ha matado, que no habla, que ausente se constituye en el objeto de la escritura.

A partir del enunciado antes señalado, la hablante construye la representación de su yo asesinado, construyéndose como sujeto de su propia escritura.

La una se constituye en objeto de la escritura en cuanto otra de la que habla, pero es asimismo sujeto en cuanto está en la que habla, es parte de ella, de su subjetividad.

Al construirse como sujeto de su escritura, la mujer habla desde un discurso cultural que le ha negado el derecho a una subjetividad propia. La representación que construya de sí misma estará necesariamente mediatizada por el discurso masculino que ha fijado su re-representación en "lo femenino". La mujer construye la imagen de sí misma como un reflejo de la imagen que el discurso masculino ha construido de ella. Como bien lo ha señalado Luce Irigaray, "toda teoría del sujeto se ha adecuado siempre a lo 'masculino'"(4). La mujer escribe en un lenguaje heredado, adoptado y repetido del Otro, masculino, con los atributos y propiedades que precariamente le permiten significar pensamientos no recibidos del otro.

Así, al representar su yo asesinado, la sujeto se construye con imágenes que tradicionalmente la han ligado, re-ligado a la tierra y a la naturaleza; en este caso, el paisaje andino de la naturaleza americana.

Las próximas estrofas (versos 3-23) están destinadas a designar a la muerta, designación marcada por la relación que la hablante ha tenido con la una; esta es figurada en elementos de la naturaleza: "Era la flor llameando / del cactus de montaña, / era aridez y fuego; / nunca se refrescaba"... Estas imágenes, referidas a la interioridad, configuran una subjetividad contradictoria, señalada por opuestos que definen una imagen de mujer inarmónico, desasosegada interiormente.

La tercera estrofa habla de su hábitat, de su relación con el espacio; las piedras bajo sus pies y el cielo a sus espaldas, sin bajar nunca "a buscar ojos de agua". La mujer así definida responde a una imagen activa de mujer, abarca el espacio en su caminar y la naturaleza es transformada por su hálito; las imágenes ígneas reiteran la configuración de una interioridad que proyecta fuego, espíritu, transformador en una relación primaria con la naturaleza, anterior a cualquier dominio; imagen altiva de mujer, vive en las alturas de la montaña, metáfora de un estado de espíritu superior que transforma la naturaleza misma: "las hierbas se enroscaban / de aliento de su boca / y brasa de su cara". Solitaria, su habla se endurecía en "resinas" sin fluir en comunicación, sin alcanzar al otro; habla reprimida que reconoce su limitación y autocensura; frente a la precariedad, prefiere callar, censurarse.

En esta representación de la una, que la hablante ha construido, están las causas de su muerte. El discurso poético ha construido una imagen de mujer que fisura un orden social y cultural dado. La sujeto que escribe declara su incompatibilidad entre la una y la otra -que aún aparecen como opuestas-, una no sabía doblarse, la otra se doblaba. Esta desarmonía interior gestiona la represión y la supresión de una.

A estas alturas del proceso de lectura nos encontramos con una incompatibilidad cultural de dos modos de estar en el mundo, en ello reside el conflicto de la sujeto que ha enunciado la muerte de una parte de su yo interior.

La una representa a la otra rechazada por el orden social cultural imperante. La sujeto que escribe reconoce en su yo a otras otra. Por una parte, la mujer referida representa la otra exterior de que habla Todorov: indígena, andina, terrosa, reprimida, suprimida, culturalmente otra; por otra parte, la mujer representada refiere a una imagen de mujer que simboliza lo prohibido, desde la determinación de "lo femenino" que el discurso dominante ha establecido. La sujeto escritural reconoce lo múltiple y fragmentario de su escindida interioridad. La ley del padre que ha dicotomizado la representación de la mujer en lo matricial y lo vaginal, lo mariano y lo viperino, construyendo la oposición Una/Otra, que implica la oposición bien/ mal, determina la incompatibilidad de ambas.

Sin embargo, los contenidos de la tercera parte del poema (versos 23 a 44) reivindican en el deseo de la otra, la imagen de lo que se mata. Escritura atravesada por el duelo, en esta parte del poema, la hablante reconoce su propia culpa y se purifica ritualmente apelando a su propia interioridad escindida a reconstruir a la otra muerta: "Cruzando yo les digo / Buscad por las quebradas / y haced con las arcillas /otra águila abrasada".

El tono se vuelve confesión cuando se relata la muerte de la una: "La dejé que muriese / robándole mi entraña / Se acabó como el águila / que no es alimentada". La muerte se ha producido por inanición: la referencia a una relación antes amorosa, de entraña compartida, de vínculo matricial entre la una y la otra recupera la relación madre hija de un modo subversivo: en la relación mujer/madre está la otra mujer, cuerpo que envuelve y oculta la potencia creadora y el sentido del placer; allí está la posibilidad para la mujer de gestionar un discurso que, de lo contrario, permanece como la reserva de un discurso prohibido.

El reconocimiento de la multiplicidad, de la diversidad como parte del yo mujer se yergue frente al discurso patriarcal, desde el que se habla, como una subversión al orden de un pensamiento en que la relación con el otro sólo está en función de afirmar la primacía de "lo mismo".

La hablante cumple la función de diseminar su yo en la múltiple otredad que lo contiene; su yo mestizo, indígena, incorpora al discurso poético los elementos de una cosmogonía andina: águila abrasada, ojos de agua, arcillas, gredas, flor llameando; la madre como la única otra de la mujer, recupera en la escritura poética de la otra, la posibilidad de re-presentarse; la otra mujer, simbolización de lo prohibido, cuya muerte parecía un requerimiento necesario para la vida de la hablante ha sido reivindicada en el acto escritural que indica la imposibilidad de matarla.

El transcurso de la escritura ha revelado la irrealización del enunciado que regía la construcción del poema; la última estrofa reitera el acto cometido, sin embargo apela a otras a "olvidadla" ante la impotencia de dar muerte; pero el olvido como otra forma de muerte no es sino presencia agazapada.

La escritura ha mediado entre el deseo y su realización anulando los opuestos y la distancia que los separa.

La lectura ha trastornado una relación interpretativa porque lo que significa se niega en la forma como lo significa. La oposición inicial y la distancia que la jerarquizaba se ha anulado. La lectura nos ha demostrado que la una y la otra se contienen y se funden en una que es otra y una y otra y una y otra...

El discurso poético que Gabriela Mistral despliega en este poema se erige contra un pensamiento de Lo Uno que coarta la posibilidad de lo múltiple, de la diversidad del yo. Asimismo, rompe el binarismo de las oposiciones que encierra la representación de una pseudo identidad femenina en imágenes excluyentes que encasillan a la mujer en la una aceptada, la otra rechazada por las normas de un sistema y un discurso del que ella no ha sido agente. Esta lectura se re-afirma en los poemas de la primera sección de Lagar, libro al que "La Otra" prologa. La sección consta de sólo dos poemas, "El Reparto" y "Encargo a Blanca". En "El Reparto", habla una mujer que disemina su cuerpo, se parte en múltiples fragmentos de sí, se re-parte otorgando sus facultades en un acto de máxima negación de Lo Uno: "Acabe así consumada / repartida como hogaza / y lanzada a sur o a norte / no seré nunca más una", expresa la hablante en un acto de máxima rebeldía a las exigencias de una cultura que repliega el ser en lo Uno patriarcal, falocéntrico. Por su parte, en el poema "Encargo a Blanca", la sujeto reitera la idea de la diversidad del yo: "No temas si bulto no llevo / tampoco si llego mudada", es decir, si llego otra. Podríamos concluir que en estos poemas de Lagar, escritura de madurez, Gabriela Mistral despliega la multiplicidad que mueve su cuerpo, sus emociones, su espíritu a hacerse cargo del universo que crea en el lenguaje. Su alteridad y la multiplicidad de su escritura proponen la asunción de su diferencia cultural e individual; diferencia que se enuncia a partir del reconocimiento de su heterogeneidad interior.

En Una palabra cómplice. Encuentro con Gabriela Mistral. Raquel Olea y Soledad Fariña, editoras. Santiago, 1990. Corporación de Desarrollo de la Mujer La Morada, Editorial Cuarto Propio, Isis Internacional.


Notas

1. Concha, Jaime. Gabriela Mistral, Ed. Júcar, Madrid, 1987, p.23.

2. Durán, Fernando. "Lagar" en Silva Castro, Raúl, La Literatura Crítica de Chile, Ed. Andrés Bello, 1969, pp.524-528.

3. Todorov, Tzvetan. La Conquista de América, la cuestión del otro. Siglo XXI, México, 1987, p. 13.

4. Irigaray, Luce. Speculum de la otra mujer, Editorial Saltés, Madrid, 1978, pp.149-245.