VERTIENTE


    En el fondo de la huerta
mana una vertiente viva
ciega de largos cabellos
y sin espumas herida,
que de abajada no llama
y no se crece, de fina.

    De la concha de mis manos
resbala, oscura y huida.
Por lo bajo que rebrota
se la bebe de rodillas,
y yo le llevo tan sólo
las sedes que más se inclinan:
la sed de las pobres bestias,
la de los niños, la mía.

    En la luz ella no estaba
y en la noche no se oía,
pero desde que la hallamos
la oímos hasta dormidas,
porque desde ella se viene
como punzada divina,
o como segunda sangre
que el pecho no se sabía.

    Era ella quien mojaba
los ojos de las novillas.
En la oleada de alhucemas
ella iba y venía
y hablaba igual que mi habla
que los pastos calofría.

    No vino a saltos de liebre
bajando la serranía.
Subió cortando carbunclos,
mordiendo las cales frías.
La vieja tierra nocturna
le rebanaba la huida;
pero llegó a su querencia
con más viaje que Tobías...

    (Al que manó sólo una
noche en el Huerto de Olivas
no lo miraron los troncos
ni la noche enceguecida,
y no le oyeron la sangre,
de abajada que corría.

    Pero nosotras que vimos
esta agua de la acedía
que nos amó sin sabernos
y caminó dos mil días;
¿cómo ahora la dejamos
en la noche desvalida?
¿Y cómo dormir lo mismo
que cuando ella no se oía?)