MEMORIA
DE LA GRACIA |
Al
Rev. Gabriel Méndez Plancarte
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I
Cincuenta
años caminando
detrás de la Gracia,
gracia de las dos Marías,
y de las dos Anas.
Cosa
mejor que las albas,
y el golpe de ráfaga,
cayendo al pecho lo mismo
que niña azorada
y el instante diciendo ¡gracias!
y el asombro diciendo ¡gracias!
Me
pasó por el costado
en niebla fugada;
en la piedra aguamarina
me echó la mirada.
La sospecho en rama sin
aire columpiada,
y su iris hecho y deshecho
de las cataratas.
Conozco
a la fugitiva
por aire y espaldas,
el volar de sus cabellos
y la seña rápida;
y el juego que va jugando
de niña trocada;
y con diez nombres la llamo
por si uno la alcanza.
Dura
lo que el parpadeo
o el habla siseada.
Me la gano de camino,
la pierdo, arribada,
o me suelto de ella cuando
ya iba a ser salva,
y sigo por soledades
de Ismael sin patria.
En
otra parte yo fui
de ella amamantada.
Rondas trenzaron conmigo
sus manos de agua.
O la seguía lo mismo
que oveja cebada,
o me caía en el sueño
como ave cazada...
La
miraba de hito en hito
y ella me miraba.
No había hora futura
ni hora pasada
y a nudo de madre e hija
eso se igualaba.
Tal
vez se rompió en el mundo
primero la Gracia
y ahora cuesta jadeo
y sangre ganarla.
Mas sin ella me reseco
de rostro y entrañas,
y me vuelvo la cal muerta,
la fruta pisada.
II
Pero
a veces tres cruzamos
los campos llamándola,
desde que cae la noche
al rasgón del alba.
Nuestra carrera conturba
a las desveladas
y se llenan de memoria
las desmemoriadas.
Como
quien suelta a una Isla
de noche, las barcas,
porque de ella no se olviden
en mesa ni almohada,
yo le nombro a las dormidas
la Madre olvidada.
Una noche hablan la lengua
que con ella hablaban;
pero en despertando vuelven
a ser trascordadas.
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