LA CABELLUDA (1)


Y vimos madurar violenta (2)
a la vestida, a la tapada
y vestida de cabellera.
Y la amamos y la seguimos
y por amada se la cuenta.

A la niña cabelluda
la volaban toda entera
sus madejas desatentadas
como el pasto de las praderas.

Pena de ojos asombrados,
pena de boca y risa abierta.
Por cabellos de bocanada,
de altos mástiles y de banderas.
Rostro ni voz ni edad tenía (3)
*
sólo pulsos de llama violenta,
ardiendo recta o rastreando
como la zarza calenturienta.

En el abrazo nos miraba (4)
y nos paraba de la sorpresa
el corazón. Cruzando el llano
a más viento más se crecía
la tentación de sofocar
o de abajar tamaña hoguera.

Y si ocurría que pararse
de repente en las sementeras,
se volvía no sé qué Arcángel
reverberando de su fuego.

Más confusión, absurdo y grito
verla dormida en donde fuera.
El largo fuego liso y quieto
no era retama ni era centella.
¿Qué sería ese río ardiendo
y bajo el fuego, qué hacía ella?

Detrás de su totoral
o carrizal, viva y burlesca,
existía sin mirarnos
como quien burla y quien husmea
sabiendo todo de nosotros,
pero sin darnos respuesta...

Mata de pastos nunca vista,
cómo la hacía sorda y ciega.
No recordamos, no le vimos
frente, ni espaldas, ni hombreras,
ni vestidos estrenados,
sólo las manos desesperadas
que ahuyentaban sus cabellos
partiéndose como mimbrera.
Una sola cosa de viva
y la misma cosa de muerta.

Galanes la cortejaban
por acercársela y tenerla
un momento separando
mano terca y llama en greñas, (5)
y se dejaba sin dejarse,
verídica y embustera.

Al comer no se la veía
ni al tejer sus lanas sueltas.
Sus cóleras y sus gozos
se le quedaban tras esas rejas.
Era un cerrado capullo denso,
almendra apenas entreabierta.

Se quemaron unos trigales
en donde hacía la siesta;
y a los pinos chamuscaba
con sólo pasarles cerca.

Se le quemaron día a día
carne, huesos, y linfas frescas,
todo caía a sus pies,
pero no su cabellera.

Quisieron ponerla abajo,
apagarla con la tierra.
En una caja de cristales (6)
pusimos su rojo cometa.

Esas dulces quemaduras
que nos pintan como a cebras.
La calentura del estío,
lo dorado de nuestros ojos
o lo rojo de nuestra lengua.

Son los aniversarios
de los velorios y las fiestas,
de la niña entera y ardiente
que sigue ardiendo bajo la tierra.

Cuando ya nos acostemos
a su izquierda o a su diestra,
tal vez será arder siempre
brillar como red abierta,
y por ella no tener frío
aunque se muera nuestro planeta.

    
Notas

(1) Gabriela aprobó el texto al inicio del poema.

(2) En el original aparece confrontada a esta estrofa la siguiente alternativa:
"Yo vi nacer, yo vi crecer
y madurar, y vi la muerte      
a la tocada, a la tapada
y vestida de cabellera.

(3) "Rostro ni voz ni edad tenía", "Rostro ni porte ni edad tenía".

(4) "En el abrazo nos miraba", "Nos inundaba con su abrazo".

(5) "mano terca y llama en greñas", "la greña en llamas, la mano terca".

(6) "En una caja de cristales", "En una caja de vidrio duro".