FRAY BARTOLOME

Caminando a veces en México o en Guatemala por aquellas regiones de calentura solar y de casticismo en la costumbre, Chiapas y Vera-Paz, asistida de esas dos noblezas deL sol y de la tradición, me he puesto a pensar en lo que muchos otros habrán pensado antes que yo: en que tal vez los huesos de Fray Bartolomé de las Casas entrarían en ésas gredas como la abeja en su alvéolo propio, en su verdadero hogar geográfico, que sería ese.

Si se considera al hombre con un criterio... botánico, sus huesos deben estar donde él nació, cerca deL paisaje de su adoctrinamiento y de las cosas que fueron la amistad más larga de sus ojos. Pero la criatura, al revés del olmo y la mejorana, y muy lejos del cobre o el estaño regionales, suele irse lejos a realizarse a sí mismo y a servir a sus semejantes -o a sus diferentes-; suelen sus potencias hallar su excitación y su regalo en unos suelos los más extranjeros del mundo. El oficio que traían escrito y prescrito en sus facultades y que es siempre lo que más importa de la criatura, ya sea menester de soldado, de sabio o de santo, no les habló nunca o les habló bajito en su país y en cambio en el otro se les enderezó y se les despeñó en la acción. España ha castellanizado en definitiva al Greco y la América nuestra lleva camino de declarar a Fray Bartolomé su padre por los tres costados de protección y también su hijo por el de la ternura.

Con cierta razón: Fray Bartolomé sale de España hecho un Licenciado corriente, más o menos brillante, más o menos mozo de porvenir, y se embarca para las Indias del fácil negociar y de yantar abundante; deja la costa suya en un velero de buena voluntad como un simple hombre de este mundo que ha estudiado una profesión en qué ganar dinero con los pleitos del prójimo, feos cuando no sucios.

Fray Bartolomé toca una tierra nueva de inaudita novedad, que es magnífica en los productores y miserable en el habitante, una tierra que ha sido tomada por su gente como pieza que costó ganar y que es justo retener con cuanto ella contiene. El hombre de los artículos de Código y de las buenas letras clásicas que sirven en el tiempo para lograr función administrativa o lucro comercial, entra en ese nuevo ámbito de costumbre y de luz y se muda en pocos anos gracias al choque (que nadie sabe hasta dónde opera) con la experiencia fabulosamente remecedora. La culebra no deja caer en el suelo más entero su pellejo de la estación de lo que nuestro Fray Bartolomé dejó caer al "hombre viejo" del Evangelio, para no volver a recogerlo en toda su vida.

Allá se quedará por muchos años, entre bosques y plantaciones, y cuando volverá a Castilla en esos veleros de travesía de meses, será solamente para venir a alegar delante de unos reyes escuchadores, de unos clérigos acomodaticios y de unos encomenderos ladinos, sobre la América suya, adoptada por él como un niño ajeno, con nombre, y lacerías.

Después de treinta años volverá para quedarse en España, o cansado de su gesta de fuego, que lo ha quemado, o echado de las colonias con disimulo por los capitanes. Y se vendrá a vivir en su convento una vejez que será aceda como la de cualquier vencido, o más que la del vencido común. Pero en esos años de preparación para el buen morir, él no sabrá hacer otra cosa en su celda que escribir sobre su aventura formidable, como un embriagado de cólera y de caridad. ¿Cómo se puede sustentar cólera y caridad en el mismo cuadro del pecho, cómo se puede detestar y defender en la misma página?, le preguntaban, y le preguntan todavía, sus enemigos. El les contestó y les contesta en su grueso libro donde hay bastante espacio para entenderlo. Unamuno podría explicar también, él, que ha vivido trance semejante y que suele parecernos un hermano siamés del fraile, que eso es muy posible, y dar el cómo y el porqué del caso enrevesado.

Los misioneros españoles fueron muchos: algunos de ellos, según lo aseguran don Carlos Pereyra y otros historiadores, valían más que Fray Bartolomé como realizadores de sus planes y como beneficiadores de la indiada. Motolinia, Pedro de Gante, Luis de Valdivia y especialmente el gran Vasco de Quiroga cumplieron un trabajo misionero más eficaz porque eran pedagogos sociales y porque se fijaron en un cuadro de labor más modesto.

Siendo eso verdad, resulta sin embargo, que para las masas lo mismo que para los intelectuales americanos, Fray Bartolomé sigue representando el misionero por excelencia, el misionero al rojo blando, salido de un cristianismo vertical: y nadie arrancará ese concepto que está clavado con clavos y argollas en esos países.

La honra histórica de las misiones españolas crece en el Continente a ojos vista, y cubre el horizonte histórico: no hay ninguna otra, ni la de los navegantes geniales, ni la de los exploradores centaurescos que se la lleve en resplandor de prestigio.

Los educadores nuestros, guiados por Vasconcelos hacia esta reivindicación, declaran que, sus métodos mixtos de trabajo manual y de instrucción alegre son los mejores que valgan con el indio (pieza tan difícil de tratamiento); los políticos habilidosos quieren remozar un poco y "preparar" para las indiadas unos sistemas colectivos que atrapen al inatrapable en esas redes dulces del trabajo y del beneficio en común; los escritores se desentienden todavía del Cortés que fue grande o del Virrey de Mendoza que lo fue también e insisten en la glorificación de estos santos realistas que si de un lado estaban "locos de Dios", estaban del otro llenos de intuición civilizadora. Si la Iglesia hubiese canonizado a Fray Bartolomé, pasando por alto sus violencias, como ha excusado otras de santos en ebullición, entonces el nicho, la nave, la capillita rural o la catedral del patrono cubrirían ahora el Continente, porque los hubiese tenido en todas partes. La grave y ligera figura estaría reemplazando en el altar a los santos "afuerinos" que no tienen por dónde aferrarse del indio y que así y todo lo han cogido: el San Antonio Paduano, el Niño Praguense o a la Teresita normanda.

Nadie puede imaginar el torrente de fervor, la reverberación de agradecimiento que un tal santo promulgado por Roma haría levantar en esos pueblos sensuales-místicos, donde un catolicismo criollo mantiene ardiente el horno de la fe que en Europa ya se enceniza o se muere. Roma no ha querido; pero puede querer un día...

En oposición a este meridiano lascasista de la América, algunos peninsulares se han puesto a clasificar a Fray Bartolomé entre los autores directos de la "España Negra", y uno de esos hijos dudosos que echan con su santidad vanidosa unas luces majas sobre su madre y dan margen al enemigo de ella para que la maltrate con palabras recogidas de su boca.

Nosotros, los de allá, creemos que estos rigurosos hacen mal estropeando a un español siete veces representativo de su casta.

La tradición de España -y la de cualquier patria grande- es triple y hasta décuple si se quiere, y no constituye un bloque, sino un manojo de líneas paralelas: línea de guerreros, y políticos; línea de sabios y letrados: línea de santos. Esas tradiciones de violencia afortunada, de lata profesión humana, de inteligencia maliciosa o de inteligencia generosa, son cada una verdadera y resulta una niñería borrar con el dedo ésta o aquélla. Cortés se retiñe dentro de la suya y Fray Bartolomé hace lo mismo para sus fieles. Aparte de que el hombre de hoy, en cualquier patria, lleva en su cuerpo esas sangres emocionales opuestas y forcejea en vano contra algunas que le parecen feas -o que lo son- y discursea o plumea vanamente por echar fuera de su historia ciertos humores demasiado fuertes o venenosos de su último pasado. Las patrias tienen la terrible composición de las tierras fértiles, barro sano, sales, carbones, y algunas carroñas fermentales.

Sigo imaginando la fiesta americana al arribo de los huesos de Fray Bartolomé a nuestro suelo.
¿A dónde se destinarían las reliquias si nos las quisiera dar la España nueva? El andariego ambuló por varios paralelos tropicales con su Evangelio a cuestas, y mejor que a cuestas, ensartado a medio pecho, y ensayó el "plan de Dios" en varias regiones. ¿Quedaría en las Chiapas -mexicana, de su obispado casi nominal, o en la zona guatemalteco de la Vera-Paz-, lindo nombre que arranca de él -donde de veras vivió luchando mucho y realizó lo que lo que le dejaron realizar?

Allá, acá, donde sea, esos huesos bajarían como la abeja entra a su alvéolo propio; caerían en nuestras arcillas como un radium despertador de quién sabe qué virtudes secretas y serían honrados infinitamente, por las indiadas grandes e infelices todavía, y por el mestizaje lo mismo.

Esas tierras de su sede tropical, que espejean como el alma lascasista de una claridad no vista en otra parte: esas tierras hermosas que pagaron el sacrificio de Fray Bartolomé sólo con la gratificación cotidiana de su belleza, convocarían a sus gentes, casi entendiendo el sucedido, "casi hablando", para la recepción que el Gobierno llamaría nacional: pero que sería del Continente.

El orador y los recitadores sobrarían si se acuerdan de la frase dicha sobre el fraile por un historiador extraño y que deja saciados a los suyos: "Vuelve a estar con nosotros Fray Bartolomé, hombre del género humano". El indio es sobrio: somos los mestizos quienes plumeamos largo. El indio entendería que eso basta y que no rebosa la verdad, de esas cuatro palabras que son supremas.

Octubre, 1933.


En: Recados para América. Textos de Gabriela Mistral. Mario Céspedes, comp. Santiago de Chile: Revista Pluma y Pincel/Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz., 1978.