UNA DEFINICION:
EL HOMBRE EUROPEO


Paul Valéry, el Pontífice mayor del momento ha definido así, más o menos, al europeo, -dice, después de analizar las diversas influencias que permiten llamar así a un hombre- es el ser capaz de desarrollar el máximun de actividad, el máximun de conciencia, el máximun de esfuerzo, el máximun de pensamiento, el máximun de trabajo, el máximun de riqueza, el máximun de creación...

El marca especialmente la diferenciación con el esfuerzo asiático. Un poco más, y él nos encaminaría a esta otra definición: La lasitud asiática y el trabajo irregular del semiasiático americano, revelan de cultura o semibarbarie.

Primero, rechazamos la fórmula Pereza-Barbarie; poco a poco la vamos aceptando. Y buscamos documentación.

Revisamos gremios. Escritores. Incuestionablemente el escritor europeo quintuplica, cuando menos, el esfuerzo nuestro. Tiene el sentido de su oficio. Nos lleva la ventaja de que, regularmente, no se ocupa sino de lo suyo. La literatura en Europa es profesión, mientras que en la América española es... un golpe de pasión o la Pausa noble (para usar un título de Alfonso Reyes) que se pone entre otras ocupaciones forzadas y que no se aman.

Aquí el escritor-funcionario público es escaso: Paul Claudel, Embajador de Francia, no ha hecho sistema. ¿Un mal, el profesionalismo literario? ¿Un bien? Algunos creemos que es bien. En cualquier orden la dispersión de fuerzas constituye daño.

Pero aparte de la necesidad, acicateando al hombre de letras que debe vivir de ellas, hay en la fecundidad artística de Europa, una mayor capacidad para la labor física. El europeo, este hombre que en la América creemos viejo, harto más usado en su carne y en su mente que nosotros, individuo menos espléndido en sentido fisiológico, aparece en su trabajo, sin embargo, más fresco y más fuerte.
Antes de hablar de nuestra juventud americana habría que averiguar si nuestro ascendiente, el indio, no era carne tres veces más gastada que este que llamamos, por ejemplo, el senil cuerpo francés.

Nosotros, románticos todavía a pesar de nuestro desdén del romanticismo, románticos por excelencia, creemos, sin decirlo, en la Musa, y aunque ya no hablamos como Heredia, de la inspiración que cae como el rayo o como las lenguas de fuego de la Pentecostés ("Dadme la lira, etc."), vacilamos en afirmar que el trabajo artístico pueda ser, ejercicio cotidiano, como el curtir el cuero o el acepillar madera en las buenas artesanías vulgares. Y para el europeo es eso.

Para prueba de que fecundidad no es fatalmente la inferioridad y de que, al revés, la laboriosidad es excelencia, consideremos el hecho de que los mejores entre nosotros. son fecundos. Lugones trabaja a la vez en sus cuatro o cinco canteras mentales: poesía, historia, periodismo, cuento; es un artesano en grande, un artesano que se asemeja, por el trabajo grave-gozoso, a los Maestros Cantores. Y lo es como él Vasconcelos, que viaja anotando y escribiendo, que en dos años se nos ha vuelto un periodista formidable, por lo sólido y lo fácil, que nadie sospechaba en el pensador lento de los "Estudios Indostánicos". Y están dentro de la misma norma muchos otros, como Capdevila, el argentino; como Torres Bodet, el mexicano; como Eduardo Barrios y Prado, los chilenos. Ejemplos netos para los que nos hemos quedado bajo la otra norma que es la de Guillermo Valencia, del libro único.

Anoto para asombro de los nuestros algunos casos de disciplina europea, de esa que, según Valéry, es testimonio de superioridad blanca.

Tomás Hardy, el novelista inglés, tiene 95 años y hace libros todavía.

Chesterton, que se le aproxima en vejez gaya, ha publicado hace tres años su última obra religiosa.

Barbusse dice: "Yo trabajo todo el tiempo. Ensayo sacar de mí todo el rendimiento posible". Y es hombre físicamente pobre, que vive en el Mediodía de Francia, porque esta fea tierra del norte no da fuerzas ayudadoras. Hace frecuentes conferencias sociales en las capitales vecinas, hace periodismo cotidiano y escribe novelas a la vez.

¡Y José Delteil! Este tiene unos ocho libros hirvientes y anuncia diez más... Con razón ha dicho en una entrevista: "Para mí lo esencial en un escritor es escribir. Tengo el horror del literato que no escribe. Nunca se admirará lo bastante a un Dostoiewski o a un Hardy".

Lucien Romier, el historiador, dice: "Yo escribo de ocho a diez con una absoluta regularidad, y creo que hacerse la resolución de escribir diariamente es asegurarse el éxito en el trabajo de esta índole". Habla de sus libros de historia. Queda fuera de ese tiempo su periodismo ilustre.

Henry Béraud da este dato, verdaderamente fabuloso: "Tengo una disciplina muy severa. Me acuesto todas las noches a las ocho. A las tres me levanto y trabajo hasta las diez. Después vienen mis demás ocupaciones". Hay que pensar que no es un horario de verano, y que esas tres de la mañana corresponden al París con seis meses de invierno, y señalan a un hombre... heroico!

Desde la generación de Bourget (éste, en plena vejez, acaba de publicar una novela) hasta la de Cocteau, es la misma devoción larga y honrada, más que de escritor, de orfebre italiano, hacia el oficio suave y agudo de escribir, hacia el trabajo sobrenatural y natural de manejar la frase.


París, noviembre, 1926.

En: Gabriela anda por el mundo. Roque Esteban Scarpa, comp. Santiago: Editorial Andrés Bello, 1978.