LENGUA ESPAÑOLA Y DIALECTOS
INDIGENAS EN LA AMERICA


Carlos Mariátegui, el noble maestro de la juventud peruana que acaba de morírsenos, inició hace unos siete años, con valiosos grupos universitarios de Lima, de Arequipa y el Cuzco, una buena campaña indianista, la segunda de la América. La honra de la primera corresponde a México, y aunque contenga las exageraciones que sabemos, es, en todo caso, un movimiento de los más realistas en este tiempo de la promoción de las realidades.

Nuestros países tropicales, tan recargados de población india, para algunos de los cuales todavía es válida la estampa de un campamento de blancos que tirita en un paisaje indígena, nuestros lentos países tropicales abrieron una pausa de cien años en el problema indio, unas vacaciones inconcebibles en la tarea indianista que no soportaba postergación.

Algunos indiófilos que exageran por generosidad, dicen que este olvido cuenta quinientos años y comienza con la Conquista. Según ellos, desde que asomó el blanco, el indio se sumió como criatura y desapareció como si "se lo comiera la tierra". La afirmación de que la Colonia echó una mirada leal y bastante larga hacia el problema no la hago yo por escribir en diario español; diez años enseñé Historia y supe bien y dije claro que la suerte del indio hizo presencia más vertical en la Colonia que en el período independiente, y que por lo menos algunos de los Reyes de España se acordaron del aborigen con legislación coordinada y con cartas excitadoras a virreyes y capitanes generales, sin tener al indio en el horizonte como lo tiene el legislador mestizo. Aquéllos olvidaban o desobedecían por conciencia muelle o truco mañoso; pero olvidar no es ignorar, y después de ellos, el indio ha sido rebanado de nuestra conciencia, barrido de nuestras preocupaciones. Mientras más dulce, más inadvertido; mientras más dócil, más bueno para estera de los pies criollos.

El olvido del campo americano, que hormigueo de indio, es cosa de las ciudades mestizas; la ciudad tropical echa atrás el campo, lo niega y lo anula fabulosamente, por más que la muy pobre, la muy indolente y la muy "vividora" se hambrearía sin él y en una sola semana. Para saber la verdad sobre nuestra demografía, sálgase de Quito o de Bogotá, cabálguese un día a buen galope y el indio se vuelve la pajuela atravesada del ojo, que no deja ver nada más. Indolente, desperdiciador de la tierra, rutinario para el cultivo y cuanto se quiera, en verdad todo sale de su riego, de su asistencia y de su fidelidad: el cafetal rizadamente pulcro, el plantío desmañado de la caña, el lindo campo del algodón, la mancha mixta de plantas y tutores (8) del cacao. Trepar a la altiplanicie de la penitencia, y el testimonio es más rotundo todavía: el indio pastorea en los peladeros de hacer llorar de la tola(9) el ganado de llamas vivaces, el grupo prieto dorado de las vicuñas. Cuanto no es atmósfera y el cielo sobrenatural lleva la marca paterna del indio y cuenta el sostenimiento de esa pobrecita mano. Hasta no sé qué de la carrera del venado hay en el indio trotador de la sierra de Puebla y la mirada con polvo adentro del aymará es la misma de su ahijada la alpaca. El paisaje está reteñido de indianidad; donde es grasamen feliz, explica el frenesí de las danzas sensuales guerreras; donde él es la pobreza sin nombre de la puna, apunta su desposeimiento.

Cabalgando por la sierra, yo sentía a ratos que mi bulto y mi gesto se quedaban fuera del orden de este paisaje; yo sentía que golpeaba en ese mundo nuevo con mi emoción sin que él quisiera mucho ni poco de mí, mientras que un paisaje mío, el que yo llamo mestizo, del centro de Chile, me incorpora en un momento y me incluye sin dejarme una potencia fuera de sí.

La plana de peticiones de los indianistas peruanos contiene la distribución de la tierra, unos tribunales de justicia paternales, la significación de los oficios indios uno por uno y, en general, la revalidación completa de la cultura autóctono. En el último tiempo se ha hecho destacar con fuerza en ese programa sensato la resurrección de la lengua aborigen.

Los jóvenes indianistas consideran que el castellano nunca ha penetrado la sierra; que se ha quedado, como el jinete blanco, delante del anillo cerrado de la selva y a medio repecho del altiplano. Ellos alegan que la enseñanza del quechua-aymará en las escuelas es el sésamo verdadero para manipular las masas indias en una educación digna de este nombre.

Los misioneros supieron antes que nadie que aprender el dialecto local era cazar al indio con su propia miel y se pusieron, no sólo a aprenderlo sino a enseñarlo a algunos de los soldadotes; y nadie ha concedido después al formidable nudo lingüístico más atención. Incorporación y lengua común eran un solo negocio para los misioneros. Aunque en otros órdenes, los religiosos dieron a los indígenas trato de niños, los tenían por bien capaces y bien dignos de manejar una lengua europea más tarde; son los indianistas posteriores quienes vienen dándonos la noticia, un poco trágica, de que el indígena no puede con esta dignidad, y que no hay que violentaría en este sentido.

La enseñanza de mayas y quechuas por el misionero fue siempre un medio y nunca una finalidad; para mejor enseñar el español, en un trueque hábil de lengua por lengua, ellos aceptaron quechuas o guaraníes en el trato y en el adoctrinamiento, y su plan era mantener la lengua bilingüe hasta el punto en que el español de los alumnos tuviese la destreza suficiente.

Los maestros misioneros de México recibieron del ministro Vasconcelos las mismas órdenes: disponer del dialecto como cosa de tránsito; no rehusar a los niños tarascos o tarahumaras esta caridad y esta cortesía de hablarles su dialecto en el comienzo de las relaciones.

Aceptamos a nuestros amigos de "La Sierra" el que el español se quedó a media marcha, y que la lengua aborigen, al igual que la naturaleza de la Amazonia, sigue siendo soberana como en el día del desembarco de Pizarro.

Pero vamos a darles a ellos otras razones para que al indio se le convide primero y se le exija después aprender

castellano.

Algunos consideran mucho en una educación el nivel en que recogen la "pieza" educativos, y éstos son los amigos de las concesiones y de cierto desaliento derrotista; otros consideran poco o nada el terreno, y, no contando al educando en el orden vegetal, sino en el zoológico, lo arrancan de allí, y lo hacen andar con dolor o rezongo, porque para ellos la educación es más una marcha migratoria que un sedentarismo vegetal. El hombre -dicen éstos- es el que camina, salta, corre y trepa; el que se gana o se pierde Fugándose a sí mismo; lo otro, lo que no da de si más de lo que se le ve, se llama planta, y se la deja buenamente sentada, que el estar de pie de un árbol es un estar sentado en sus raíces...

Yo me acuerdo de esta pedagogía saludable, aunque un poco imperiosa, cuando me hablan del indio como un adobe cocido que no responde a excitación ninguna.

Los misioneros se habían puesto entre la "manera fuerte" y la blanda, y donde se les dejó trabajar sin capitán intruso que les revolviera todo, ellos consiguieron lo que querían: el indio habló español, recitó oraciones y geografía en español, y dio la queja de su atropello en español.

No conozco la lengua quechua sino por las referencias de su euforia y de su relativa riqueza. Pero no se necesita hablar una lengua para averiguar si ella es válida o no en la vida moderna; si puede o no cumplir su oficio de Relacionar que es su primera obligación; si ella posee los pies de Mercurio para ir todo lo lejos que precisan los recados vitales que se le dan, o si al traer un pie rebanado y en muñón, incapaz de ir a ninguna parte, y, en fin, si ella contenta y sacia al indio en su necesidad de expresarse.

Dudamos, dudamos de que nuestras lenguas aborigenes puedan cumplir con este grave racimo de deberes, a menos de que nos pongamos a recrearlas técnicamente, añadiéndoles tanto como lo que poseen, y no es el caso de meterse en una aventura de ingenuidad esperantista...

Supongamos que la empresa, que es de un filial-heroico, nos convenciera. Resulta que una lengua completa, buena y todo, no vive de sus puros deudos y tiene que ganar clientela entre los extraños; que es una verdadera pieza comercial, lo mismo que el cheque, y pide que agentes extranjeros le den estimación y confianza redondas. Nadie nos aprendería nuestro pobre quechua, dulce para la lengua, rítmico para la sangre, rico y cuanto se quiera. Nuestros dialectos, resucitados, o mejor dicho, galvanizados, se nos quedarían allí mismo donde los halló Francisco Pizarro, en el festón de la costa peruana, y tal vez más adentro, donde se acaba el mestizo y comienza el indio puro. El mestizo, definitivamente orgulloso de hablar español, nada quiere con mayas ni quechuas, y los aventara montaña adentro, dándoles el mismo desprecio que le da a la cosa india en los aspectos de costumbre doméstica y de coparticipación en la política.


Santa Margarita Ligure, julio, 1930.


En: Gabriela anda por el mundo. Roque Esteban Scarpa, comp. Santiago: Editorial Andrés Bello, 1978.

 

 

(8) El tutor es la planta que sombrea al cacao.

(9) Tola, planta del altiplano.