RECUERDO DEL ARABE ESPAÑOL


Se camina por la aguda tierra de Andalucía (no es dulce, es aguda, o, si se quiere, agudamente dulce), recordando al árabe a cada paisaje perfecto que salta al ojo: se anda por las calles de Sevilla y Córdoba (no he ido a Granada) con su nombre en la boca, a cada fachada de cerámica prócer, a cada patio abierto, al que nos entramos, con buena o mala cara de los dueños.

Lo español retrocede; estorban un poco sus injertos intrusos; a trechos se le olvida. Tan impetuosa es todavía la presencia semita. Se miran con un impertinente cariño los rostros árabes rezagados que encontramos. Quisiéramos detener a éste o a aquélla, de facciones tenaces y leales, para que nos digan más de "ellos,'de lo que sabemos, por si acertaran a contarnos lo que falta o lo que se llevaron consigo.

Raza más acendradamente culta que las del árabe-español y del judío-español, que aquí se enderezaron, no las ha repetido el Oriente en ninguna de sus acampaduras geográficas. Ni en Africa, donde se quedó, ha conseguido duplicarla. Con razón se ha dicho que, lo mismo árabes que judíos, en España lograron sus generaciones mayorazgas y que su aristocracia aquí se obtuvo como una gota de esencia, de cuya destilación se hubiese perdido el secreto.

Cuando digo "culta" aludo a la manera de vivir, que es la piedra de toque de cualquier cultura.

Del mueble doméstico me voy acordando, de la muy preciosista mesa o taburete. De la estera delicada, en que duerme el Oriente todavía, y que es más sana que nuestro denso lecho. La sandalia de cuero repujadísima yo la veo (estos orientales que llama bárbaros el señor Massis, lo mismo que el indio mexicano, sabían y saben caminar bellamente, a causa de que el calzador normal, que también es el más bello, la sandalia, no les ha estropeado el pie ni la hermosura natural de la marcha).

De las calidades de su lencería se puede escribir largo. La lana noble, por sin mezcla, de que todavía hace su alquicer (manto), el marroquí de casta, como el lino de algunos turbantes, son ilustres aún, en los mercados, y vencen a las lencerías europeas, fraudulentas y bastardísimas en el material.

Su familiaridad con los materiales finos, su viejo gobierno de crisoles y de fraguas, les hizo capaces de una cuchillería elegante, que se contrabalancea en rango con la china.

Su talabartería de Córdoba (en trance ahora de desaparecer) logró la montura fastuosa, digna del caballo ejemplar, que pasó a ser española y dio para México el tipo de la que conocemos como nuestra. El gaucho y el huaso han acariciado en ella, sin saberlo, cosa árabe.

Sus patios, ellos solos, estos regazos velados por el arrayán, y en cuyas baldosas el sol espejea sin daño, valen por una creación en el orden de lo doméstico.

Y del buen lavar su cuerpo, eso que la Europa latina está aprendiendo todavía, ¿qué dicen los que al solo nombre de Oriente ven un gitano pringoso, apelmasado de viejos sudores?

Vale el párrafo aparte su pasión del agua. Hay que detenerse a entender y a alabar esta complacencia árabe del agua que no es sólo calor traído del Atlas, sino urgencia diaria de dignidad corporal, uso feliz de la más bella criatura de este mundo, como diría San Francisco.

Yo he leído en algún semitofobo que "de puro sensual, el mahometano ponía un débito desmedido en el agua a cualquier hora".

No, su pasión del agua se expresaba también de otras maneras, aparte de la muy física del baño. Ojo, y no sólo piel sedienta, trae desde los tiempos de Ismael. Mete el agua en el centro de sus salas, en un chorro aplacado, y ahí la deja jugando sola como un niño. En los patios y los jardines, por medio de finas malicias, la violenta a fin de que se entretenga y no pase, y crea esas filas de tallos acuáticos y esos toldos líquidos, clownismos del líquido elemento, muecas burlescas y musicales que se levantan y se esconden hacia los rincones del Alcázar. En aljibes visibles y ocultos, en aljibes alargados o redondos, ella está por todas partes, con presencia más querida -y más linda también- que la de la mujer. Y aquí es donde la penetrante metáfora del agua -sangre de la tierra- se palpa y se recibe.

Más que a la mujer la amó el árabe español y si se hiciese un reparto juguetón de los cuatro elementos mágicos entre las razas, a este pueblo yo le daría el agua, y no a holandeses y escandinavos lacustres, no únicamente por la razón de que aulló del anhelo suyo en el desierto sino pensando en que cuando la tuvo la llenó de honra y la gozó como ninguno con sus amantes sentidos.

Pueblo culto, además, por su larga función agrícola y luego porque dentro de su hortelanismo, él selecciona más sagaz que otro sagazmente las especies aristocráticas: limonero, toronjo, naranjo, granado, el árabe, lleno de sentido decorativo, ve en estos árboles de orden casi apolíneo por la fronda sobria, sin exceso ni espesura junto con la aureola del aroma de los primeros, la silueta de friso.

Pero no sólo adentro de la morada pone el árabe este designio vehemente del agua que vengo contando, sino que la llevaba también hacia lo circundante. Ellos vuelven huerta la provincia; ellos hacen palmo a palmo las verduras españolas de las Valencias y las vegas granadinas.

Ingenieros por el cariño del agua fueron ellos antes de la ingeniería, padres de canales y regatos que hasta hoy riegan como por un mandato suyo la tierra ajena para otros domada.

La memoria de la sed se les había hecho odio de la sequía y hostigaron a ésta, legua a legua, venciéndola hasta el horizonte.

Parecían decirse: "Nosotros la padecimos; mas en nosotros la sed del Yemen y del Atlas se acaba, los hijos que nos nacen tendrán sus ojos confortados en el verdor".

Si a todo esto, aquí mal enumerado, porque enumera memoria mujeril, no le quiere llamar una cultura la familia presuntuosa de los Massis, ¿qué es lo que así se llamaría?

Al lado de las excelencias apuntadas, de oficios y de agros, yo no lo olvido, se había tendido como una sucia mujer, a emporcar el aire, una religión sensualísima. Sin embargo, el islamismo fue muchísimo menos inferior que las animalidades de la vida colectiva contemporánea, con las que no pueden amasar ni los que las celebran, un subpaganismo siquiera. Cuando se ha visto la bestialidad intelectualizada que es el atolladero en que el Occidente está metido hasta el pecho, la vieja náusea que sentamos por la grasa doctrina del Profeta, se nos disminuye bastante. Esto era lo más bajo del Oriente, el primer jalón en piedra sin talla que aupó. Espíritu en el Africa no cristiana, y esto, codeado con algunos "instintivismos" de Occidente, casi se vuelve respetable...


Madrid, octubre de 1928.


En: Gabriela anda por el mundo. Roque Esteban Scarpa, comp. Santiago: Editorial Andrés Bello, 1978.