ESTAMPA DE SANTO TOMAS

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Santo Tomás, el primer Tomás, estaba más formado según la carne que Juan y que Pedro. Con él empiezan aquellos que aman a Cristo pero no le ahorran a Cristo la prueba porque, dicen, "la prueba colma el milagro y lo hace perfecto como un fruto".

Tomás cubre con su paternidad a los que rezan con los ojos abiertos, al revés del asiático que cree con el puño apretado, la boca apretada y los ojos apretados.

Jesús sabía cómo estaban hechos cada uno de sus hombres y formó con los doce su racimo de hombres diferentes, que tal vez corresponden a doce normas, y en los que El, de anticipado, conoció, probó y aceptó a cuantos venimos después. Jesús, el de las tremendas cortesías, no se irritó con la petición de Tomás. Le cogió la mano, se la colocó bien aguda en el costado abierto, aceptando ser El mismo, documento para el dudador. Y sin embargo, con esta apariencia de hombre sensato, que pisa con sus diez dedos abiertos en el suelo para sentirle la certidumbre dura y áspera, este Tomás no es sino un niño que toca todo y tiene en las manos la mitad de los ojos.

Esa misma mano anhelosa de tactos ha debido ponérsela a la hija de Jairo en la boca, para que se la mojara el aliento y seguramente ha sacudido el cuerpo de Lázaro por si se le caía como un fardo a medias sostenido...

Amaba Tomás las cosas firmes que tiene la tierra, como la piedra en que se sienta sin miedo. Su tierra sin niebla -la judea de horizonte acérrimo- así le había dado costumbre de verdad en los contornos. En el cielo habrá pedido tocar ángeles y los ángeles tal vez le hayan dado el gusto de engruesarle para su mano, un ala, y transmitirle el resplandor en calor para doblarle la prueba de] ojo, con el tacto.

De la pena de Tomás después de la contestación de Cristo no cuenta nada el Evangelio, pero su pena quedó al lado de- la de Pedro y se mirarían muchas veces en silencio como los hombres que han caído en el mismo pecado y se sienten por eso más juntos.

En este Tomás tal vez sean excusados los de ahora, los que también creyesen si vieran, cada uno de los que andan llenos de sentidos, con cuarenta sentidos olfateando la historia de Cristo.
Tomás, rojo hasta la frente, intercede por ellos; ellos le allegan la mano estirada, para salvarse. Y Jesús volverá a tener en cada hora su espantosa cortesía en el dintel del cielo para dejarse tocar y apaciguarlos.

De su mano intrusa, de su mano llena de ojos, vergüenza tendrá después. Cuando se puso a despreciar sus sentidos y a recogérselos como los palpos del caracol, uno a uno, para purgar su sensualidad. Tomás ha pedido acaso en el cielo no llevar en su cuerpo glorioso, la mano de la prueba.
Tomás repecha con dificultad el milagro. De la cura del paralítico, a la resurrección de Lázaro, le ha costado subir. De eso a la resurrección de Cristo en cuerpo y alma, otra faena. "s milagros pequeños le cuestan poco; los otros lo sofocan.

Pobre Tomás, que pertenece a los de pequeño vaso y se pone tan confuso cuando se le rebalsa por todos lados.

Por tu camino, Tomás, hecho con tanto esfuerzo, por la pequeña fe, yo sé de alguno que va. Va, de todos modos, y llegará como tú llegaste.

Humano Tomás, tan hombre, que da una ternura triste de verlo, metido en lo sobrenatural con su larga semilla de hombre que disminuye poquito a poco para que el santo crezca. Tomás tan nuestro que es como cada una de mis gentes racionales. Su fe no quiere ponerse loca y echar llama grande. Se la ahorra como leña escasa y por este regateo va a tener vergüenza muchos días. Ganas dan de ayudarlo, de empuñarlo como al miedoso, si no fuese que tiene cerca el gran espolón, al dueño mismo de la fe, que de pronto lo pondrá a arder entero, hasta que no le quede tizón humeando...

(Colección de manuscritos de Gabriela Mistral pertenecientes al recopilador; sin fecha - por la letra, pudiera ser de 1916 ó 1917)

 

En: Luis Vargas Saavedra Prosa religiosa de Gabriela Mistral. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello; 1978.